Desde siempre fue llamado “El
Superman peruano”. Era de esas personas que aceptaba los infinitos desafíos que
le imponían. Incluso desde los tiempos de colegio, cuando le decían por
ejemplo: “Te la corto para la salida”, aceptaba y se agarraba a puñetazo limpio
con cuanto grandulón se le presentaba. Fue así que más adelante, con ese mismo
fervor, ya cuando estaba en la universidad, muchos de sus “amigos” de infancia
también continuaban retándolo para que realizase cosas como: “Escribe en la
pizarra una palabrota”, y él como no le temía a las posibles consecuencias ni
represalias lo hacía.
Sin embargo, en tanto fue
creciendo y conociendo más de la vida, se le fueron presentando más desafíos, como
hacer puenting, parapente, correr motos con una sola mano, y demás peligros.
No obstante, este Superman
peruano tenía un problema. Sufría de Epilepsia. Desde pequeño se le detectó
esta enfermedad del sistema nervioso. Por tanto, su padre o madre, tenían que
llevarlo a sus controles con los neurólogos. Quienes le hacían preguntas sobre
su estado y le recetaban medicamentos. Fue así que creció arrastrando este
problema. Pero eso nunca lo detuvo para continuar aceptando retos. Tanta era su
bizarría, que muchos pensaban que estaba loco.
Incluso sus compañeras de la
universidad le temían, ya que pensaban que podría hacerles daño. No faltaban
las malas compañías que le decían: “A que no bebes esta botella de cerveza,
pero seco y volteado”. Y él lo hacía. “A que no agarras esta rata muerta por la
cola y te la acercas a la boca”. Y él lo hacía.
Prácticamente parecía un
faquir, puesto que con el tiempo sus retos se volvían más difíciles, y a la par
tenía que seguir tomando sus pastillas para controlar su furtiva enfermedad. Ya
se imaginarán que era normal para él correr motos y autos a veces sin manos, y
que se aventaba de las avionetas desafiando a la misma muerte. Todo era
posible, todo lo podía. Parecía invencible, parecía no tener límites. Hasta que
un día…porque siempre el destino es impredecible. Un día, uno de sus amigos de
infancia lo retó a dejar de tomar sus pastillas.
Él en ese momento se burló del
reto. Se carcajeó en la cara de su retador. Y le indicó incluso que se
rectificara y que piense en algo más interesante y mortal. Sin embargo, este
“amigo”, se cerró y le dijo que deje de tomar sus pastillas y así demostraría
que es el Superman peruano. Fue entonces que él aceptó el reto. Incluso le
entregó el frasco que contenía las grageas y le dijo que era una pérdida de
tiempo. Y que mejor fuera pensando en el último reto. Algo más peligroso.
No obstante, el primer día
despertó y se rió al recordar el reto que le habían impuesto. El segundo día lo
mismo. Llegó el tercer día y vino a su memoria una escena de una pesadilla que
había tenido aquella madrugada, pero no le dio importancia. Hasta que lo
invitaron a jugar fulbito. “Una pichanguita”, le dijeron. Fue entonces que su
cuerpo reaccionó…y justo luego de tres goles, su cuerpo empezó a temblar. Cayó
al piso vertiginosamente y convulsionaba ante las miradas impotentes de sus “amigos”.
Inmediatamente sus padres
llamaron a la ambulancia, puesto que conocían que aquello algún día podría
pasar. Toda la gente de su barrio con quienes había crecido, y conocedores de
su enfermedad. Luego de su preocupación, y habiéndolo llevado los paramédicos,
se tranquilizaron, pero su retador, luego de un suspiro añadió:
-Hasta que caíste Jonás. Sigues siendo el Superman peruano. Pero
ya conocemos tu “kryptonita”, jeje.
Juan Mujica
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