miércoles, 14 de abril de 2021

La Antártida y la venganza de los pingüinos (cuento)

 


Hace un tiempo que ya casi escapa de las memorias; hace un tiempo decembrino, todos esperaban su dádiva respectiva. Entre estos personajes figuraban el hombre de las nieves, los pingüinos e incluso el mismísimo Superman. Fue entonces que el viejito rojiblanco; el personaje anhelado por todos, lo primero que hizo fue cumplir con sus vecinos.

-¡Qué bien! ¡Ya tenemos Internet! -decían unos, muy alegrones.

-¡Perfecto, San Nicolás! Ya podemos navegar por las redes de redes -expresaban otros.

         Por tanto, al parecer el viejito bonachón que estuvo, reparte y reparte en el polo norte. Recibiendo los agradecimientos del hombre de las nieves, de Superman, en fin, de una larga lista. No obstante, al parecer se había olvidado de aquellos que vivían en el polo sur. Más específicamente los que vivían en la Antártida, que, dicho sea de paso, mostraron su descontento.

-¿Qué pasó con nuestros regalos? -manifestó uno de los pingüinos, muy malhumorado a vista y paciencia de los demás.

-¿Nos habrá olvidado? Esto nunca había pasado -rugió otro de los habitantes blanquinegros, y vociferando al mismo tiempo que observaba a los demás.

         Por tanto, mientras los demás disfrutaban de las nuevas tecnologías, de poder navegar por Internet, y por supuesto de gozar de la señal de Wi-Fi. Otros se sentían defraudados y olvidados. Los pingüinos, aunque parezcan copiados de alguna serie de televisión o del séptimo arte, ahora se preparaban para su venganza. Puesto que no podían tolerar el hecho que el hombre de las nieves y Kal-El, estuvieran disfrutando de lo lindo, mientras los Spheniscidae (nombre científico del pingüino), estaban mirándose las caras y superaburridos. Fue así que aquellos personajes blanquinegros, nadie sabe cómo, se teletransportaron hacia el polo norte. Parecía cosa de magia. Haber viajado literalmente a sus antípodas. Y ni bien pisaron terrenos papanoelescos, le increparon la situación, e incluso algunos ya se preparaban para atacarlo físicamente.

-¡Momento, por favor! ¡Momento! -manifestó San Nicolás, ante una horda de pingüinos que se le iba encima.

-¡A ver, qué tienes que decir! -decía uno de los líderes, teniendo en sus pupilas como un par de antorchas.

-Por favor. Ha habido un malentendido -comentó el regalón de regalones.

-¿Malentendido? Pero, si todo está tan claro como el agua -dijo otro de los líderes.

-Lo que sucedió es que no los he olvidado, sino que preparaba para ustedes algo muy especial.

-¿Algo muy especial? ¿No será otra de tus estratagemas?

-No señor… he aquí la sorpresa.

         En ese momento, todo el ambiente donde se encontraban, brillaba y brillaba, y cuando la fulguración se disipó…¡oh, sorpresa! Todos los pingüinos lucían alas, pero no las mismas, sino otras con las que podían volar. Y así lo hicieron. A vista y paciencia de San Nicolás, aquellas aves de la Antártida, ahora volaban y sobrevolaban felices. Y como en el polo sur no había señal de Wi-Fi, decidieron quedarse y ser los nuevos vecinos del hombre de las nieves, de Superman, e incluso de un Grinch que empezaba a tramar su propia venganza.


Esgrimista

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