Juan Mujica
Un desfile
de jadeos premonizan el final
de la
función, y el impulsor circulante desacelera
cual viento
en primavera.
Tan sólo
unos segundos tiene
el
tramitador del más allá,
para
evocar un hálito de piedad,
que
sensibilice al pastor etéreo,
cuyo
vergel ortodoxo disipe
las
lágrimas de sangre que fluyen,
del
ahora prisionero de Morfeo,
sin
embargo, las cadenas primitivas
anuncian
el deceso del personaje
y tras
latidos consecutivos en declive,
no
queda más que un cuerpo inerte
despojado
de todo brillo de luz,
mientras
el karma transita a otros lares
y la
tierra devora los restos
cual
carroñero en el desierto
del
infortunio.
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