Érase que un anciano bagre le
contaba a otros congéneres jóvenes, sobre sus aventuras cuando era como ellos,
de su edad. Y dichos peces párvulos, escuchaban muy atentamente cada detalle de
la historia de aquel anciano bagre, teniendo muy concentrados a todos ellos. Y
como siempre pasa, hubo un bagrecito que le decía su anhelo de conocer el mar,
tal y como el longevo bagre lo había conocido.
Por tal,
que este último, lo adiestró y lo preparó para que realizara su gran anhelo. Y
una vez que estuvo listo, enrumbó hacia aguas lejanas. De aquel riachuelito
donde se inicia la historia, el bagrecito tuvo que sortear muchas dificultades
y peligros. Sin embargo, siempre recordaba los consejos del anciano bagre, lo
cual literalmente, en varias ocasiones le salvó la vida.
Fue así,
que prosiguió de riachuelo en riachuelo, hasta que llegó hasta el río Amazonas,
que recordaba le habían dicho que era el río más grande del mundo. No obstante,
el bagrecito no se contentó con dicho logro. Él quería concretar su deseo. Así
que continuó adelante, siempre adelante. Hasta que llegó el momento. No lo
podía creer. Llegó al mar. Así es, llegó a su objetivo.
No
obstante, la vida continuó para él, y siguió viajando por todos los mares del
mundo. Y cuando reaccionó, de repente sintió añoranzas. Recordó su riachuelo natal,
aquel lugar que lo vio nacer. Por tal, decidió volver, pero cuando lo hizo
nadie lo recordaba, y del mismo modo, no veía a nadie conocido.
Sin
embargo, siendo ya un bagre anciano y experimentado. Del mismo modo como lo
hacía aquel primer anciano bagre mentor, se la pasaba contando sus aventuras de
juventud, y todos aquellos bagrecitos estaban muy atentos y disfrutando de lo
que fue la maravillosa vida en los mares del mundo. Y un buen día un bagrecito
le expresó su deseo de conocer el mar. Y el longevo bagre, vio en su ímpetu la
misma expresión que tenía, cuando él mismo fue un bagrecito con grandes
anhelos.
Francisco Izquierdo Ríos
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