texto y
dibujo: Miriam R. Krüger
La noche llegó a su fin, la alarma del reloj resonaba en sus oídos, haciendo temblar las paredes de la habitación. En cámara lenta se sentó, dio un respiro profundo y se alzó físicamente porque su alma se quedó ahí tirada en el suelo.
Camino hacia la
ducha arrastrando los pies, sin fuerza alguna se sumergió bajo la caída de agua
caliente como un intento de lavar el dolor que la cubría por completo; sus
lagrimas se mezclaron en el agua y gritó esperando exorcizar su
sufrimiento. De manera automática se vistió y se fue a trabajar.
En el bus, un
hombre sentado frente a ella se tocaba con insistencia los ojos tratando de
retener sus lágrimas. Cuando el bus paró en la luz roja, por la ventana vio una
mujer que lloraba mientras no soltaba el timón de su auto.
Un sentimiento
extraño la invadió, no se sentía más sola, no era la única que sufría, se
sintió acompañada en el dolor.
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