Bajo su glacial personalidad se
hielan los animales, los árboles y cuanta persona encuentra en su camino. Nadie
puede ser indiferente a su poder gélido, en que desde el polo norte vino a
visitarnos, pero como es normal tuvo que traer consigo toda su fuerza
congelante. A su paso se hielan las flores, las aves migran hacia el sur y tan
solo los pingüinos pueden tolerar su presencia. Como si se tratara de un ser
perverso, todos le tienen miedo y es el responsable de muchas enfermedades que
tienen que ver con las vías respiratorias. Y sin dar aviso de su presencia
entró en escena el señor invierno, quien ahora está en Lima, para el malestar
de muchos y para la alegría de ninguno. Tan solo ganan los farmacéuticos,
quienes se benefician con la venta de medicinas para los resfriados, gripe,
tos, etc.
En la Plaza Mayor el ambiente
está álgidamente deprimente. Las palomas vuelan y se posan en la Iglesia, el
viento va y viene en todas direcciones, los fortuitos caminantes tiritan de
puro frío y castañetean sus mandíbulas. Algunas madres abrazan fuerte a sus
hijitos y los tapan bien con lo que pueden, y no dudan en darles algo que
comer. La pileta de la plaza está dando brotes de agua frígida,
sorprendentemente helada. Y la gente de solo ver aquellas aguas se encogen de
miedo y repulsión. En la Av. Tacna la gente tiene que soportar los vientos
helados, los vendedores se acurrucan con lo que pueden y sus gargantas lucen
enfriadas, pues al hablar les entra el frío. Los transeúntes vienen y van de un
lado para otro, y muchos esperan en las esquinas su respectiva combi, prestos a
dirigirse a sus destinos. Ni siquiera los ladrones se destapan, ya que van
divisando el descuido de posibles víctimas, a las que puedan arrebatarles sus
billeteras o carteras. Ya son las dos de la tarde y el hambre no se hace
esperar. Dentro de las combis la gente cierra las ventanas, y los vendedores
suben con sus bolsas de golosinas con la esperanza que la gente se apiade de
ellos. Para su suerte muchos deciden aplacar el hambre con galletas,
chocolates, etc. Quizá ayudó sus tristes historias, pero al fin y al cabo
venden y salen con la moral levantada. En la Av. Arequipa el panorama sigue
frío. Con los ciclistas que van de ida y vuelta, aprovechando la ciclovía. Las
combis siguen llegando y yéndose y las voces de los cobradores resuenan
rompiendo el silencio al compás de los cláxones:
-¡¡¡Todo
Arequipa, todo Arequipa!!!....¡¡¡Wilson, Tacna, Alcázar!!!....¡¡¡Sube,
sube….!!!
Y en esa galería de tiendas, en
esas 52 cuadras, el frío arremete y se posiciona de las reacciones de la gente.
Muchos se meten a los negocios para descansar un poco del clima congelante. Los
restaurantes están llenándose de personas que tienen recursos para saciar su
hambre y su sed. Llenan sus barrigas y se oye cómo mastican los alimentos, y
hasta la comida basura es bien recibida en sus mandíbulas. Sin embargo, también
hay de los que no tienen recursos y se congelan en plena avenida. Pasan y miran
de reojo a los comensales que trituran las piernas de pollo, que los hace
salivar hasta el mentón. Tienen que resignarse a esperar a llegar a sus casas.
Si es que les aguarda alimento en ellas.
Por lo pronto se apoyan en las
ventanas de los restaurantes y mientras miran comer, el vapor que sale de sus
bocas nubla el vidrio y solo piden un milagro que nunca llega. Solo escuchan el
¡¡cronch, cronch!! de las personas que tienen plata. Mientras, afuera la gente
sigue tiritando de frío. Los ciclistas retornan a sus casas, las combis
continúan haciendo bulla, e infringiendo con su contaminación sonora. Por lo
pronto el señor invierno, sonríe y disfruta del ambiente que causó con su
presencia y hasta imagina un mundo con heladerías, neveras y refrigeradores
todo el año. Sin embargo, cae la noche y su poder aumenta escandalosamente. Los
vientos azotan las ramas de los árboles, los autos disminuyen su aerodinámica y
los transeúntes caminan temblando y con las caras frías. Mientras tanto en el
Jirón de la Unión, el panorama se vuelve crítico. Se ve a las tiendas que lucen
vacías, los vendedores de a pie que empiezan a retirarse y los que quedan se
congelan en forma cinematográfica. Lo que se oye de punta a punta es:
-¡¡¡Brrrrrrrrrrrr!!!.....¡¡¡Brrrrrrrrrr!!!
Nadie se salva del aliento del
señor invierno. Todas las cuadras empiezan a volverse solitarias y tan solo
algunos quedan dentro de la Iglesia. Los demás deciden irse y abandonar la
castigante atmósfera de frío. Los comerciantes tiemblan y sólo sus tripas
agonizantes les dan fuerzas para continuar. Mientras tanto en el Parque
Kennedy, la situación parece similar, y aunque la gente está abrigada, no
pueden evitar que sus narices se congelen. En el anfiteatro Chabuca Granda,
están congregados muchos, quizá solo descansando o hasta esperando a algún
amigo o amiga. No obstante, los vendedores de “café express” están haciendo su
agosto. Ese café caliente que entra por las gargantas de muchas personas aplaca
un poco el frío. Se puede ver el vapor de los vasos de plástico que humean y
dan una sensación de calor. Sin embargo, los lustradores de calzado no
descansan en su afán de trabajo, pero en ese momento de la noche, poco les
preocupa a las personas si tienen brillo en los zapatos. Tan solo quieren pasar
un buen rato y engañar al señor invierno, quien está trepado en un árbol y tan solo
señalando transeúntes a la vez que los vientos se dirigen hacia la persona
señalada. De pronto ya es medianoche y ya casi no hay transeúntes en la Av.
Larco. Sin embargo, el señor invierno aprovechando tal soledad inicia un
periplo por dicha avenida y al llegar hasta Larcomar, divisa en el firmamento
la luna y las estrellas. En eso se le aproxima un niño, quien le ofrece un vaso
de café express. El señor invierno sorprendido le pregunta:
-¿Por qué
me invitas esa bebida?
-Es de
parte de mi papá…….”El señor verano”.
Juan Mujica (Fictocronías - 2010)
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