Liberato
Tucto consulta a la coca respecto al destino que le espera a su hija Faustina, que
ha sido raptada hacía un mes atrás. Estaba chacchando junto a su puerta y
estaba desconcertado, puesto que la coca le daba respuestas confusas.
Sabía, el afligido padre que el raptor Hilario Crispín era un golfo
perdido. Era ocioso, amigo de malas juntas y seductor de mujeres.
Su
corazón estuvo a punto de salirse cuando de entre las sombras de la noche
surgió la torva figura de un hombre, era nada menos que el raptor mozo Hilario
Crispín y se presentó ante él y vaciando un costal lleno de fétidos restos
humanos, le gritó altanero viejo aquí te traigo a tu hija para que no la
hagas buscar tanto, ni andes diciendo por el pueblo que un mostrenco se la ha
llevado. Y sin esperar respuesta de Tucto, tomó el costal y de un golpe vació
el contenido. Tenía un olor nauseabundo, horripilante; ahí estaba el cuerpo
descuartizado de la hija de Tucto. Hilario Crispín le dijo no te dejo el costal
por que puede ser para ti si te cruzas en mi camino y dándole la espalda se
fue.
Juan
Jorge era el más respetado Illapaco (matador de hombres) y a él acudió Liberato
Tucto para vengar a su hija, ofreció cuatro toros al mercenario y exigió que lo
matara de diez tiros siendo el décimo el que lo eliminara.
Y así
sucedió que la feroz cacería duró una hora y el horror desorbitó al asesino de
la doncella. Finalmente terminó la cacería con la muerte del mozuelo Hilario Crispín.
El illapu Juan Jorge le saco los ojos al muerto y le cortó la
lengua, guardando ambos órganos en su morral. Y el macabro ritual termina con
el festín que realiza el sicario comiéndose el corazón de Hilario Crespín para
aumentar su valor y su ferocidad.
Enrique López Albújar
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