En cierto lugar de Lima, existía
lo que sus habitantes llamaban Malambo. En el cual, como en diversas zonas
marginales, vivían personajes que figuraban el liderazgo, pero referido no a
sus capacidades cognoscitivas, sino a su fiereza y su pericia con la chaveta, o
con lo que tuvieran a la mano y que podría ser usado como arma. Uno de estos
hampones era Tirifilo, a quien comparaban con un puma, y muchos le tenían
respeto y algunos hasta miedo. Creyendo que podría cortarlos y darles muerte.
Otro de los hampones que radicaba en aquel rincón llamado Malambo, era Carita,
cuyo apelativo era conocido por casi todos.
Y
como dicen que dos soles no pueden brillar en el mismo firmamento. Llegó el día
en que estos dos delincuentes discutieron y Tirifilo no encontró mejor
herramienta para provocarlo que insultó a su madre. Esto último enojó mucho a
Carita, y luego de un “tome y dame” por parte de ambos. Se retaron a muerte. A
vista y paciencia de los adeptos a estos dos peligrosos personajes del hampa.
Llegó
el día y los dos ya estaban listos. Luego que sus compañeros prepararan el
“campo de batalla”, tanto Tirifilo como Carita, se sentían muy confiados. Y
como el tiempo no se detiene, empezó la contienda. Los dos se aproximaron a su
rival, y trataban en todo momento de ajustarle un chavetazo al otro. Sin
embargo, aunque Tirifilo era el favorito por muchos, cometió errores en sus
movimientos de ataque, lo cual fue aprovechado por Carita. Y este último logró
hacerlo sucumbir y vencerlo, puesto, que, a vista y paciencia de los
espectadores, la sangre de Tirifilo drenaba y drenaba. Logrando al fin su
victoria. No obstante, Carita se retiró triunfante. Ganándose el respeto y
hasta miedo de aquellos habitantes marginales, quienes ahora miraban el cuerpo
inerte de Tirifilo, quien en otras épocas era el faite, es decir, el malo de
aquel rincón de la Ciudad de los Reyes, llamado por ellos como Malambo.
Ciro Alegría
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