Vallejo narra la historia de un
niño llamado Paco Yunque, quien era el hijo de la empleada de la familia Grieve.
Y para hacer más trágica la historia, el hijo de esta familia era el niño
Humberto. Este último, creyéndose poseedor y dueño medieval de Paco Yunque,
hacía lo que quería con él. Y para colmo, estaban estudiando en el mismo
colegio y en el mismo salón.
Por tal, ya imaginarán que Paco
Yunque era prácticamente la marioneta del niño Humberto Grieve. Lo jalaba del
brazo, le pegaba y siempre negaba todo. No obstante, también en dicho salón,
había otro niño que se llamaba Paco Fariña, quien prácticamente era como una
especie de ángel defensor de Yunque. Y aunque hubo oportunidad que Grieve le
acertara un buen puñetazo, Fariña expresaba que no le tenía miedo y que la
próxima también él lo golpearía a ese abusivo.
Incluso, tanta era la injusticia,
que cuando el profesor les tomó un examen, Grieve se la pasó haciendo garabatos
en su cuaderno. Y cuando terminó la prueba, el execrable niño Humberto, le
quitó su examen a Paco Yunque y le puso su nombre. Y como era de esperarse, el
niño Humberto sacó la mayor calificación, mientras que Yunque agachaba la
cabeza, sin saber que había pasado a su examen.
Así era la vida de este niño
proveniente del campo, cuyo destino y derechos estaban pisoteados por el niño
Humberto Grieve, quien en todo momento expresaba o se justificaba, que como su
papá tenía mucha plata, por eso es que hacía lo que hacía, e incluso decía
orgulloso que Paco Yunque era su muchacho, y, por tanto, podía hacer con él lo
que le daba la gana.
César Vallejo
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