Aquellos
hombres, mujeres y niños, salieron disparados por doquier. Puesto que la fuerza
de aquel fenómeno natural es tal, que no hay quien frene o controle su
flagelante devastación. Sin embargo, al día siguiente, una vez más hizo su
aparición aquel huracán, y nuevamente realizó su acto destructivo. Era como si
le gustara soplar y soplar, sin siquiera tomar vuelo ni descansar. En tanto,
que aquellos pobladores, viendo la única solución posible, decidieron
realizarla. Es decir, invocar al dios del viento, para pedirle que controle a aquel
viento que cada día devastaba sus cabañas, y todo lo remecía y expulsaba por
los aires.
-Oh, señor Eolo, dios del viento,
escúchanos por favor -decía uno de los ancianos, inclinando la cabeza, como
mirando al suelo.
-¿Quién me invoca? ¿Quién osa requerir
mi ayuda? -responde medio serio, Eolo, acompañado de unos círculos de viento
que giraban y giraban debajo de él.
-Dios del viento, por favor, te
pedimos que controles a aquel huracán que nos “ataca” a diario. Te suplicamos,
señor Eolo.
-Muy bien, me encargaré de aquel
huracán. Sin embargo, a cambio, me tendrán que cumplir tres condiciones.
-Muy bien señor, te escuchamos
-expresó el anciano, arrodillado y sosteniendo su báculo.
-La primera misión será entregarme a
cinco doncellas, y de entre ellas, elegiré la que será mi esposa. Muy bien, la
segunda misión será escalar aquella montaña que ves por allá, a lo lejos, y
traerme un papiro, pero que de ninguna manera deberán leer su contenido, o sino
automáticamente el que lo lea quedará convertido en cristal. Y la tercera
misión será, algo muy sencillo, o terriblemente imposible. Depende de quien lo
mire. Lo que pido es que me traigan un trozo de la luna. Una vez que cumplan
con las tres misiones, nunca más tendrán que preocuparse por los huracanes ni de
ningún fenómeno natural.
-Muy bien señor Eolo. Cumpliremos
sus tres peticiones.
Y una vez que se dijo estas
misiones, el dios del viento, tal como apareció con círculos de viento girando
debajo de él, desapareció. Así que los ancianos y jóvenes de aquella comunidad se
reunieron para sopesar el cumplimiento de las tres peticiones. Y luego de mucho
cuchicheo y habladuría, eligieron en medio del llanto e infinitas lágrimas, las
que serían, las cinco doncellas, que como recordamos, el dios Eolo de entre
ellas elegiría cuál sería su esposa. Una vez que ya estaban reunidas las cinco
vírgenes, se procedió a cumplir el segundo deseo de Eolo. Es decir, traer un
papiro que habrían de encontrarlo en aquella montaña que les señaló el dios del
viento. Fue así, que tres jóvenes se ofrecieron de voluntarios, para escalar
aquella montaña. Entonces fueron subiendo cada vez más y más alto, hasta que ya
estuvieron por la mitad, pero inesperadamente, uno de ellos resbaló y se
precipitó a tierra, muriendo en el acto. Esto fue visto por los otros dos
escaladores, y obvio, por todos los que estaban teniendo su mirada fija en los
que estaban escalando la montaña. Ya faltaba muy poco, ya casi podían saborear
el triunfo. Así que llegaron a la cima, pero inesperadamente uno de ellos sufrió
un ataque cardiaco, y ante la impotencia de su compañero, perdió la vida. Quizá
por el excesivo esfuerzo que había realizado. Quedó el tercero y último.
Teniendo y cargado de valor y buena voluntad, observó que había una especie de
cueva. Se las ingenió para improvisar una antorcha, y empezó a ingresar e
introducirse cada vez más y más adentro. Miraba a todos lados, alumbrando con
su antorcha, pero solo veía rocas y más rocas. Empezaba a desanimarse, hasta
que encontró al susodicho papiro. En ese momento recordó la indicación que les
había dicho el dios del viento. Así que tomó el papiro que estaba enrollado
como casi todos los papiros, pero no pudo dejar de observar un lazo, en el que
estaba escrito una frase, que decía: “Al portador de este mensaje se le
otorgará…”. Y justo cuando iba a enterarse de la fortuna que le esperaba, el
lazo no dejaba terminar de leer. Por lo cual, temeroso de lo que podía pasarle.
Se llenó de voluntad y se dispuso a caminar hacia el exterior de la cueva. Ya
estaba afuera, invadido por la luz del día. Se sentía triunfador, pero de
repente, lo carcomió aquel final del mensaje que estaba escrito en aquel lazo.
Y sin poder detenerse, desató el lazo y antes que pudiera terminar de leer, una
luz brotó de aquel pergamino, quedando convertido en cristal. Y para remate,
por la fuerza de los vientos, su cuerpo de cristal fue empujado hacia el
abismo. Los que estaban esperando en la parte de abajo, observaban horrorizados
cómo un cuerpo caía. Parecía caer en cámara lenta. Metro tras metro, centímetro
tras centímetro. Hasta que al fin tocó tierra y se hizo añicos al instante.
Todos los presentes estaban horrorizados. Ya que antes habían visto caer al
primer escalador, y que falleció. Y al observar a aquellos cristales, vieron también
al papiro. Y como si fuera un “efecto dominó” de chisme. Conforme fueron
leyendo, iban cayendo a tierra los que desafiaban las órdenes de Eolo.
Terminando por dar muerte a todos o a casi todos. Para esto, el dios del viento
ya estaba al tanto de la desgracia. Así que tomó por esposa a la única que
quedó en pie, es decir, la única que evitó leer aquel pergamino. Lamentó, Eolo
la desgracia de toda aquella comunidad. No obstante, evaluó los hechos, y casi
como pensando en voz alta o dirigiendo su palabra a la doncella que quedó en
pie.
-Bueno, bueno, parece que los tres
valientes que se lanzaron a cumplir mis peticiones han fracasado. Por tanto, mi
huracán seguirá libre, como perro en su casa.
Y ya cuando se disponía a
desaparecer con su flamante esposa, ella le preguntó si hubiera existido la
posibilidad, que alguno de ellos lograse traer una roca de la luna. Él la
contempló serio por unos segundos, pero luego se esbozó en su rostro una
sonrisa.
-Mira querida…estamos en un tiempo
anacrónico, y, además, te cuento que recién el ser humano logrará pisar la luna
en el año 1969. Sí, en aquel año será. Dicho viajero espacial será recordado
por las infinitas generaciones. Me parece recordar su nombre. Sí, ya
recuerdo…será un tal Neil Armstrong.
Finalmente,
pasaron los años y una nueva comunidad se formó. Y una vez más, el huracán se
hacía presente casi a diario, por lo que los ancianos y demás jóvenes,
invocaron a Eolo, y expresándole sus desdichas.
-Oh,
señor Eolo, dios del viento, invocamos tu presencia -pronunció uno de los
ancianos con mucho respeto y con cierta esperanza.
-Ya
me temía que llegaría este día. Y como la realidad parece ser cíclica, yo mismo
ordenaré a mis huracanes que devasten y den muerte a toda vuestra comunidad y
demás comunidades.
-Pero
señor, ¿quiere decir que la raza humana se extinguirá para siempre?
-No,
no será para siempre…será hasta 1969.
Esgrimista
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