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martes, 7 de agosto de 2018

ZMM: Coprolálicos y Energúmenos : ¿Siameses o Kamikases?

El dicho dice: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Pues si se cumpliera esa frase el mundo sería mucho mejor. En esta oportunidad estoy tratando de comentar lo referido a las personas que desfogan su "energía negativa" que todos llevamos dentro. De una manera que se ha vuelto una tradición oral, o hábito que pasa desapercibido, puesto que a tal grado ha pasado la "costumbre de regurgitar lisuras", que ya a nadie le sorprende, e incluso se ha vuelto algo lúdico y divertido

Prosigo diciendo que no tengo autoridad moral para criticar a otros en dicho aspecto. Puesto que mi hábito lisurero se remonta a cuando tenía "6 años". Cada vez que me hacía daño, tenía lo que podríamos llamar "la pared de Quico", jeje, y en ese lugar desfogaba mi dolor, expulsando todas las lisuras que conocía y que había aprendido como lo hacen todos los niños: "Escuchando a los mayores".

A los "12 años", la costumbre se volvió un hábito más frecuente, y estentóreo. Mi "muro de Quico" era el centro de una cancha de fulbito, y las lisuras ya eran de "grueso calibre". Que incluso mis mismos compañeros de barrio se incomodaban y me decían que no grite. No obstante, pasó el tiempo y arrastré dicha costumbre ya como una diversión. Un pasatiempo que hacía solazar a los demás.

No obstante, como dije no puedo juzgar a aquellas personas que gritan y se despotrican, haciendo bilis e incomodando al resto. Y cómo no criticar a los que lo hacen en la combi. Esas personas creen que están dentro de una cárcel y conversando con sus análogos. Lo que más incomoda es ver que tienen un equipo celular de última tecnología, pero que se opaca con las malas costumbres, que vienen arrastrando desde la infancia.

El problema se agrava cuando aquellas lisuras son lanzadas con el hígado. Pecando en contra de aquella ley que dice: "Tu derecho termina donde empieza el derecho de los demás". Por tanto, aunque han pasado muchos años desde que dejé aquella "diversión", para bien o para mal, ya no necesito gritar, salvo para avisarle a los choferes que voy a subir a la combi. Termino mi artículo mencionando a aquella vieja tradición entre los actores de teatro, quienes tienen por "cábala" decir, la última palabra de la obra del Gabo "El coronel no tiene quien le escriba", o sea "¡Mierda!". Esto último, si lo filosofamos nos daremos con la hipótesis que sirve para desfogar y soltar los nervios. Por tal, tal vez en algunas ocasiones nos ha servido la lisura, como cuando nuestra selección de fútbol anota un gol. Ahí sí estaría justificado, gritando a todo pulmón el clásico ¡¡¡Gol, carajo!!!

Así que reprimamos en lo posible, aquel desfogue que no hace más que incrementar el daño de nuestro hígado y volvernos personas "no gratas" e incluso, por qué no decirlo "espantar a la persona que anhelamos sentimentalmente". Bueno, podría seguir y seguir. No obstante, les dejo con la frase que "no es bueno decir palabrotas cuando no es necesario, es decir, cuando no se está en el momento ni en el lugar para expresarlas". Gracias por leer estas líneas y gracias por tu deseo de mejorar tu conducta. Y que todos sigamos formando una buena civilización.

Juan Mujica

martes, 10 de noviembre de 2015

Vuelven a llover ajos y cebollas

En nuestro entorno y cuando ya parecía haberse superado o mermado el problema, surge nuevamente los sapos y culebras por la pasarela de nuestra ciudad. Es como si se hubiera inoculado un virus, o que nos hubieran hipnotizado, volviéndonos más malcriados que nunca.

Recordarán aquellos tiempos en que se censuraron los programas de los cómicos ambulantes, puesto que proferían lisuras a diestra y siniestra. Sin embargo, eso pasaba por la televisión y quisiera creer que lo que pasa en nuestros días es un caso aislado. Como si creyeran que aunando o finiqutando con una lisura al chiste harían reaccionar al público.

Uno de los que puso de moda aquella táctica histriónica fue Pablo Villanueva, con el popular “¡imbecil!”, y todos lo celebrábamos, puesto que no iba más allá, pero ahora que han surgido nuevos valores, ya no se fijan en el horario de protección al menor.

Lo mismo pasa cuando nos transportamos. Los líos que se arman entre los choferes, entre los cobradores y los pasajeros, pero ahora aún más entre los pasajeros y los choferes. Y me refiero entre los pasajeros y los choferes de la otra combi. Sobre todo cuando aquellos conductores hacen unas maniobras temerarias, poniendo en riesgo la seguridad de todos y de él mismo.

Cuando hablamos en jerga o escuchamos que se habla. Esa manera de expresarse era pan de cada día, pero hasta cierto punto era divertido. Sin embargo, sin darnos cuenta estábamos perdiendo el control sobre nuestro léxico. Y de aquel argot a la lisura hay un paso como dicen.

Quisiera aprovechar para informar a mis lectores sobre el significado de la palabra “caraj…”. Pues proviene de un vocablo de los marinos. Por decir, el capitán de un barco por necesidad y quizá por castigo, le decía al marinero: “vete al carajo”. Es por ello que esta palabra no es más que la parte alta del mástil de los barcos, donde los marinos a veces se colocan para ver el horizonte o detectar tierra, como Rodrigo Bermejo.

Por último, espero que el presente comentario sea tomado en cuenta y que no se olvide, incluso yo mismo, cuando nos expresemos, hagamos un equilibrio entre el argot divertido sin pecar de la replana ofensiva. Puesto que esgrimir lisuras con la palabra, a veces es más dañino que el golpe físico.


Seamos buenos amigos del diccionario, y no me refiero solo el de significados, sino también el de los sinónimos y antónimos, el del periodismo, el de otros idiomas, e incluso el de los sueños. Todo conocimiento es válido, ya que recuerden una frase que escuché de niño: “El saber no ocupa lugar”.

Juan Mujica