El
murmullo irrefrenable flagela el silencio,
y las
palabras brotan de las gargantas inertes,
cual
sonido de ultratumba
al cruzar
el camino perentorio,
que
cercena el último camino de esperanza.
Las
lenguas lapidarias se encabritan
al unísono,
en un océano septentrional
que se
ubica dentro del planeta,
pero el
eco no traspasa el límite racional,
sino que
se desplaza con las auroras boreales
dentro de
un ciclo paradójico,
montado
en potro salvaje que desconoce
la
realidad, pero que repercute al otro lado del universo,
en un
ritmo cardiaco pluscuamperfecto
mimetizado
con la imagen heterodoxa,
de un
futuro decapitado.
Esgrimista
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