Juan Mujica
Desde tiempos inmemoriales los hombres han tenido que convivir con su peligrosa presencia. Aunque quizá cada grupo territorial de hombres primitivos no tenía idea que aquel fenómeno tenía una extensión predeterminada. Y no sería hasta muchos miles de años, de la mano con la evolución y la globalización, que aquel cinturón de fuego, se prolonga desde Chile, pasando por Argentina, cruzando Bolivia y continuando por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Centroamérica, México, una parte de los Estados Unidos, también una parte de Canadá, siguiendo por las Islas Aleutianas y bajando por las costas e islas de Rusia, Japón, Taiwán, Filipinas, Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Nueva Zelanda.
Dicho cinturón de fuego siempre fue una amenaza en aquellos territorios y sobre todo que en cualquier momento podían desencadenarse potenciales terremotos, o dantescas erupciones volcánicas, como si el planeta estuviera molesto con el hombre y fuera su manera de protestar. Liberando energía donde más estuviera concentrada. Sobre todo aquel material volcánico llamado magma que se mantiene efervescentemente caliente y tan solo esperando el aviso de la corteza terrestre o el mismo núcleo de la Tierra para desatar su erupción, tal y como ocurre en los volcanes de Hawaii como el Mauna Loa, el Kilauea, el Hualalai o el Loihi. Dichos volcanes son potenciales monstruos que con sus erupciones liberan mucha energía, que podría asesinar a cualquier ser humano que esté cerca, Es por eso que hombres de ciencia como Jock Harris y Kálahar Lewis, que ahora están investigando muy a fondo las potencialidades del cinturón de fuego, al igual que lo hicieron hombres primitivos como Zork y Numorek, encontrarán sorpresas si es que no la misma muerte.
-Está muy caliente por esta zona. Parece que el Mauna Loa va a erupcionar. ¿Qué hacemos? –expresa Jock Harris a su compañero.
-No te preocupes, que con estos trajes especiales podremos soportar la temperatura –responde Kálahar Lewis confiando en la calidad de aquellos trajes.
-Bueno entonces, acerquémonos más. Quizá solo este ardiendo, pero tengamos cuidado –dice Harris temiendo una desgracia.
-Claro, ese volcán siempre está ardiendo, pero no siempre erupciona. Acerquémonos nomás que ya verás que nada pasará –dice Lewis, pero sin estar seguro de lo que afirma.
En ese momento el Mauna Loa erupciona y el magma no tarda en aparecer y salir disparado fuera del volcán. Los científicos se asustan, pero quieren seguir allí. Su pasión a su profesión los mantiene inmóviles.
-¡Larguémonos de aquí! ¡Esto va a quedar sumergido en la lava ardiente! –advierte pasmado Harris.
-¡Solo unas fotografías antes de irnos! –responde Lewis muy temerario, pero sin dejar de temblar.
-¡Estás loco, esto va a desaparecer, vamos al helicóptero, rápido! –le grita Harris al arriesgado científico.
En ese momento el Mauna Loa erupciona con más potencia, como si estuviera regurgitando, pero como si fuera poco también erupcionan el Kilauea, el Hualalai y hasta el Loihi. Aquellos cuatro volcanes que son parte del cinturón de fuego del Pacífico se rebelan ante el poder del hombre y toman ellos el poder. Harris logra salvarse, ya que se fue corriendo al helicóptero, pero Lewis perece calcinado y desintegrado en las brasas de aquella lava que se desplaza en la superficie hawaiana y que se sumerge en las aguas, produciéndose una gran humareda que transforma el material incandescente en sedimentos y roca que se fusiona y convierte en parte del zócalo de la isla. Y aquellas fotografías que tomó Lewis también se desintegran con su cuerpo, dejando todavía la incógnita sobre la esencia de aquellas erupciones volcánicas, que seguramente también habrían sido motivo de investigación o al menos contemplación de Zork y Numorek en los tiempos primitivos. Tal vez preguntándose:
-¿Por qué la tierra tiembla y por qué esas montañas escupen fuego?
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