Juan Mujica
En
cierta ciudad de los tiempos modernos, donde se puede apreciar toda clase de
anuncios publicitarios, caminaba entre la gente un perro abandonado. De
aquellos que tiene que hacer maromas para conseguir su alimento o agua para
beber. Y en fin, así lo venía haciendo con un poco de suerte. Sin embargo,
cierto día en que hubo bebido más de la cuenta, sintió ganas de miccionar, y
siguiendo su instinto atolondrado lo hizo al lado de un anuncio publicitario de
Coca Cola. De aquellos que tienen tubos de neón y que saturan la visibilidad
donde los pongan. Pues bien, el perro abandonado, cuyo nombre era hasta hace
unos meses, Pluto, al levantar la pata fue presa de una fuerte descarga de
electricidad.
Así
como lo leen, Pluto recibió un fuerte remezón de aquellos tubos de neón, que
por un momento parpadearon. Sin embargo, aquel can yacía ahora en el suelo a
vista y paciencia de los ocasionales transeúntes. Y como era de esperarse
empezó la murmuración que se convirtió en habladuría.
-Llamen
a un médico –decían unos.
-Mejor
a un veterinario –susurraban otros.
Hasta
que desde un rincón salió un hombre con abrigo de detective, que resultó ser
médico. Y a su paso decía “permiso, permiso, que necesita mi ayuda”. Sin embargo,
mientras lo auscultaba sintió algo extraño en su cuerpo y en sus ojos. Estos
últimos tenían un brillo amarillo que además tintineaban. Y llegado un momento,
del cuerpo de Pluto brotó una energía que expulsó al médico a dos metros de
distancia. Ante su propio asombro. Nuevamente el cucurruteo de la gente se
desató y luego el pánico sobrevino como una nube de langostas en un huerto de
frutas. Y cuando todavía no terminaba de ponerse de pie el médico, surgió otro
hombre de entre la multitud.
-Abran
paso. Necesitan mi ayuda –decía el extraño, quien portaba un maletín plateado.
-¿Es
usted veterinario o zootecnista? –replicó el médico, mientras se desajustaba la
corbata azul cielo.
-Nada
de eso –decía con cierta sonrisa, y luego de pasear su mirada entre el médico,
el perro, el público y nuevamente el perro expresó-: soy científico.
Y
la murmuración de la gente se avivó mucho más. Sin embargo, solo él reconocía
el problema. Y entonces el médico luego de los tres segundos de admiración
replicó:
-Mucho
gusto, pero creo que no es para tanto.
-¿Ah,
no? ¿Entonces por qué cree que salió repelido? No es un animal cualquiera. Es
un perro eléctrico. Conozco a muchos que son estudiados por la ciencia. Me lo
llevaré a mi laboratorio. Abran paso, por favor.
Y
el científico se llevó a Pluto consigo y le puso nombre de gas noble. “Desde
ahora te llamarás Neón, el perro eléctrico”. Así fue que aquel perro abandonado
ahora se mezcló con otros perros eléctricos y le brillaron los ojos amarillos
de felicidad, ya que también lo alimentaban y le daban de beber. Con el tiempo
se olvidó de su antiguo nombre y solo respondía al nombre de Neón. Además
también se convirtió en un súper perro. Y aquel científico hizo buen negocio
con Neón y sus perros eléctricos, y se paseaba por la ciudad sin necesidad de
agarrarlos con correa. Brillaban todos ellos y hasta el científico brillaba.
Pero lo que más le gustaba a la gente era vocear el nombre de Neón, cuyo cuerpo
parpadeaba al oírlos llamar. En cuanto al panel de Coca Cola se convirtió en
una pieza de museo que no volvió a brillar, ya que ahora su brillo lo tenía
Neón. Sin embargo, nunca más se supo de aquel dueño que perdió a su perro
llamado Pluto.
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