Juan Mujica
De
entre la multitud de adivinadores en el mundo son muy exóticos los que adivinan
los sueños. Verbigracia, José, hijo de Isaac, quien fue dotado por Dios con el
don de decodificar los sueños. Tal como él existen otros con el mismo don. Y algunos
de ellos eran conocidos en el Perú por una élite exclusiva de personas. Más
bien de gente secular, de personas allegadas al esoterismo, a la astrología, y
que ofrecían sus servicios a toda clase de gente crédula y otros tantos
escépticos. Uno de ellos era Jonás, el padre, luego estaba Helen, su esposa, y
por último, Jonás, el hijo. Esta familia hacía uso de sus “buenas artes” para
ganarse la vida. Y su forma de subsistir se había modernizado. Ya no tenían
carteles en los mercadillos como sus antepasados. Ellos hacían uso del
marketing digital. Es decir que tenían una cuenta en las dos redes sociales más
famosas y conocidas. De tal modo que Jonás, el hijo, se encargaba de
promocionar la oniromancia por Internet. Sin embargo, ellos no soltaban
información vía web, ya que así no ganaban. A lo mucho una adivinación de
cortesía, pero nada más.
Cierto
día captaron a un hombre que vivía atormentado por sus alucinantes y dantescos
sueños. Se acercó a su “oficina”, y pagó por una consulta.
-¡Por
favor, ayúdenme, ya no puedo soportarlo! –decía el hombre.
-Cálmese,
cálmese. Díganos cómo es su sueño –le preguntó Jonás, el hijo.
-Todas
las noches sueño que estoy en el mar y me persiguen tiburones. ¡Es terrible.
Ayúdenme por favor!
-Así
que sueña con tiburones que lo persiguen. ¿Y llegan a morderlo? –preguntó
Jonás, el padre.
-Bueno,
no llegan a morderme porque me despierto asustado.
-Muy
bien señor –le decían al hombre, quien ya estaba en el escritorio-. Soñar con
tiburones es síntoma que lo amenaza un sentimiento. Esta noche se toma esta
pastilla y cuando esté frente a los tiburones les va a gritar: “¡Fuera pescaditos!”.
De ese modo usted asume el control sobre esos escualos y los pone en su lugar.
Dicho
y hecho. El hombre hizo lo que le dijeron y a las tres noches siguientes ya no
tuvo que tomar más pastillas. No obstante, se apersonó a ellos una mujer, que
tenía un semblante de insomnio terrible y que también solicitaba sus servicios.
-Tiene
que ayudarme Don Jonás. Ya no lo soporto. Todas las noches lo mismo. Sueño que
todos los hombres del mundo me violan. Todos, y
siento como me manosean y no puedo escapar de ellos. Por favor, ayúdenme
–decía la mujer que se caía de cansancio por no dormir bien.
-Muy
bien. Escúchenos bien –decía Jonás, el padre-. Esta noche se toma esta pastilla
antes de dormir, y si sueña con esos hombres de nuevo. Gríteles: “¡Alto. No se
acerquen o los castro. Lárguense niñitos de pecho!”.
Así
que esa noche hizo efecto la curación y aquellos hombres del sueño se fueron y
la dejaron en paz. Y así fue que poco a poco se hicieron conocidas sus buenas
artes y llamaron a esas pastillas milagrosas. Sin embargo, no faltaban los
escépticos, quienes aún no estaban convencidos de su sugestiva curación. Así
que llegó un día en que queriendo dejarlos con mala imagen, les llevaron a un
hombre trastornado, que decía soñar con el diablo que se peleaba con Superman y
él los veía, pero no llegaba a ver quién ganaba, ya que se despertaba en medio
de la contienda.
Sin
embargo, Jonás, el padre, conversó un momento con Jonás, el hijo, e incluso con
Helen, esposa del primero. Y murmuraban muy disimuladamente para que el loquito
no se diera cuenta de su plan. Y en realidad tramaban algo, ya que era muy
evidente el estado del paciente.
-Señor,
según nuestra experiencia, tiene usted una alteración psíquica y una obsesión
hacia aquellos dos personajes. Así que esta noche usted se va a tomar dos
pastillas, y si nuevamente sueña con el diablo que se pelea con Superman, usted
dígales: “!Alumnos. Ya basta. Dejen de pelear y vayan a hacer sus tareas!”.
Y
fue así que aunque aquel hombre seguía siendo un paciente del Larco Herrera.
Después que tomó aquellas pastillas y enfrentó a su sueño, pudo dormir bien. No
obstante, aquellas pastillas no eran más que unos potentes ansiolíticos que
servían para que las personas duerman tranquilas y sin tensiones. No obstante,
gracias a aquel paciente. Su negocio prosperó y les vinieron toda clase de
clientes y gente trastornada. Sin embargo, gracias a la pastillita lograron
sanar a cuanto loco iba a su oficina.
Un
día se acabaron las pastillas y ya no había como “curar” a los pacientes. Y
peor aún, con tanta angustia fueron ellos quienes terminaron teniendo
pesadillas. Por un lado, Jonás, el padre, soñaba que unas hormigas gigantes lo
picaban en el pecho. Luego su esposa Hellen, soñaba que se divorciaba de su
esposo y que volvía a ser niña, y para terminar, Jonás, el hijo, soñaba que
toda la gente que habían ayudado a sanarse los perseguían enfadados y en
pijamas. Y tanto fue su desdicha que terminaron por comunicarse con sus
familiares que estaban en Europa. Sin embargo, al llamar por teléfono se
escuchaba una voz burlona que decía: “¡Hola, nos fuimos a la China para
curarnos de las pesadillas. Dulces sueños!”.
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