Juan Mujica
Desde tiempos
inmemoriales en la Tierra; desde que aún estaba hirviendo; un poco antes que
pangea se dividiera en los cinco continentes que conocemos. Sucedió que ellos
ya estaban presentes. Incluso desde el momento de la gran explosión (Big Bang),
estos seres inteligentemente sobrenaturales contemplaban la creación y se
hacían cada vez más sabios. Y cuando pasaron los tiempos de los dinosaurios,
los humanos los llamaron “Los cinco oráculos”. Cada uno de ellos quedaba en un
continente, pero a pesar de sus dones no tenían mucha comunicación. Uno de
ellos, el oráculo de América estaba en el Perú. Justamente en Machu Picchu. Así
que nuestros Incas pudieron haberlo conocido, paralelamente a Apu Kontiki
Wiracocha. Y por ende, venían extranjeros de diversos países de América para
hacerle preguntas. Sin embargo, había ciertos pactos que muy bien eran
conocidos. Para empezar tenía que haber luna llena y que le trajeran un kero
(vaso ceremonial) lleno de sangre. Así que los sacerdotes y hechiceros
anunciaban los días en que dicho oráculo podía atenderlos.
-Oh oráculo de América, quiero que me anuncies si tendré descendencia
–expresó un lugareño, que no podía dormir por la angustia.
-Escúchame hombre. Tendrás descendencia. Dentro de 30
lunas, tu mujer alumbrará un varón –exclamó el oráculo americano-. Sin embargo,
cuando crezca se rebelará contra ti y dará muerte.
-Oh oráculo de América, deseo saber si nuestros enemigos
invadirán nuestro pueblo –preguntó otro hombre, que había venido desde la
Patagonia.
-Lamento decirte que la guerra va a empezar, y mientras
estoy hablando contigo, tus enemigos ya están partiendo hacia tu pueblo –le
explicó el oráculo americano a aquel forastero.
Y así casi diariamente cuando había luna llena y con un
kero de sangre llegaban más y más consultantes. Hombres de guerra y hombres de
paz. No obstante, muy lejos de ahí, cruzando el Atlántico estaba el oráculo de
Europa. También tenía sus condiciones. Además se encontraba en Portugal. Dicho
oráculo pedía dos recipientes de sangre, y dos corderos en sacrificio. Y
también pedía que fuera luna llena.
-Oh señor de Europa. Tú que todo lo sabes. Dime si
tendremos una buena cosecha y ganado en abundancia –preguntó un europeo, pastor
y agricultor.
-Buen
hombre. Gracias a tu ardua labor y la de tu gente, tendrás buena cosecha y
ganado en abundancia-. No obstante, cuando llegue el invierno tus animales
morirán de frío y tus cosechas se terminarán y ya no brotará más sobre tus
tierras.
Efectivamente, la voz del oráculo europeo anunció todo lo
que iba a sucederles a las personas que iban a preguntarle sus dudas. Y de
igual manera sucedía con los oráculos de Asia, África y Oceanía.
Fue entonces que los oráculos, quienes ya estaban
cansados de atender y de dar malas noticias a los humanos, decidieron
reencontrarse. Sin embargo, como no querían ser vistos por los humanos, se les
ocurrió encontrarse en la luna. Y allá estaban y miraban con soslayo al planeta
Tierra.
-Oráculos, qué bueno verlos desde hace mucho tiempo –expresó
el oráculo de Asia, paseando la mirada sobre sus contertulios.
Eran como unos espíritus de colores particulares que
flotaban de un lado hacia otro.
-Bien señores, qué podemos hacer. Yo también ya me cansé
de darles malas noticias a los humanos –refirió el oráculo de Oceanía, quien
fue el último en llegar.
-¿Qué tal si nos tomamos un descanso. Unos mil años jaja –exclamó
el oráculo de América.
-No es tiempo de bromear. Esto es cosa seria –protestó el
oráculo de Africa, quien tenía una cantimplora en la mano izquierda.
-Pero qué podemos hacer. No es nuestra culpa la mala
fortuna de todos ellos –refirió el oráculo europeo, mientras se agarraba la
barba blanca.
-Vaya vaya, parece que esto está para rato. Yo también
estoy en desacuerdo con esa broma del descanso –replicó el oráculo de Asia, con
el asentimiento de sus compañeros de Oceanía y América.
-Y por qué no simplemente se retiran del puesto –dijo una
voz desconocida, ante el asombro de todos.
-¿Quién dijo eso? –se preguntaron los cinco.
-Vaya vaya, ¿y se hacen llamar oráculos? Soy yo, Selene,
o mejor dicho la luna. Los he estado escuchando y parece que ustedes, que son
los sabios de la Tierra no pueden decidirse.
-En realidad si sabíamos que eras tú. Y como ya
escuchaste todo. ¿Cómo podríamos solucionar este dilema? –preguntaron los
oráculos.
-Es muy sencillo. Para empezar vuelvan a unir los
continentes. Ya saben, como la antigua pangea. Y una vez juntos, ya tendrán más
tiempo de encontrarse y de dar soluciones y premoniciones más positivas –dijo la
luna.
Los oráculos se vieron las caras y asintieron con esa solución
y agradecieron a Selene. Sin embargo, les pidió un favor: “que no sepa la
Tierra que les hice un favor”
-Demasiado tarde Selene, ya me contó el sol sobre tus
incursiones. Jajaja –dijo la Tierra, ante el asombro de los oráculos
Y una vez que todos hubieron sonreído, volvieron a unir
los continentes en un solo pangea. Y fue entonces que empezaron las guerras de
todos contra todos. Y los oráculos volvieron a reencontrarse para buscar una
solución.
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