A casi 4
centurias de su desaparición, sigue siendo una santa muy recordada. Su nombre
verdadero fue Isabel Flores de Oliva. Y se le atribuye ser santa de América, de
las Filipinas, de la Policía Nacional del Perú, y de otras entidades también.
Su padre fue
Gaspar Flores, quien se desempeñaba como arcabucero de los Baños de Montemayor,
municipio de Cáceres (España). Contrajo nupcias con la limeña María de Oliva y
Herrera.
Cabe resaltar
que según sus biógrafos, vino al mundo el 30 de abril de 1586. Además afirman
algunos cronistas que ella nació en Panamá, pero luego esa afirmación fue
refutada por el Vaticano y atribuyéndole haber nacido en Lima.
Cuando tenía doce años se trasladó con su familia a
Quives. Y fue allí donde recibe el sacramento de la confirmación, por parte de
Toribio de Mogrovejo. Contrajo un reuma que ocultó a su madre, y también empezó
desde allí a autoflagelarse e incluso sabiendo que su cabellera la hacía más
atractiva, se lo cortó más chico.
Fue a partir de allí que la llamaron Rosa, sin
embargo, ella mostró su descontento por dicho nombre que no era el suyo. No
obstante, cuando ya tenía 25 años fue a hablar con un sacerdote de la iglesia
de Santo Domingo, y ante esta protesta, aquel presbítero le respondió: “¿Pues
hija, no es vuestra alma como una rosa en que se recrea Jesucristo?".
A partir de allí quedó tranquila, e incluso pidió que
la llamasen “Rosa de Santa María”. Y fue así que una vez pasado aquel incidente
con su nombre, prosiguió su juventud trabajando casi todo el día en el huerto y
tejiendo para diferentes familias. Todo ello lo hacía para ayudar a su familia,
puesto que tenían problemas económicos.
Llegada a cierta edad, sus padres tenían el anhelo de
verla vestida de novia y próxima a contraer nupcias, pero ella no quería tal
desenlace. Y fue así que al cabo de unos años ingresó a la Tercera orden de
Santo Domingo.
A partir de allí se aisló de su mundo, quedando
enclaustrada en una ermita que ella edificó con la ayuda de su hermano Hernando,
y solo salía para asistir a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Del mismo
modo, atendía a algunos enfermos que solicitaban atención, y ella los atendía y
los curaba.
Es así que nuestra santa limeña vivirá en nuestro
recuerdo, y a pocos años de cumplirse 400 años de su muerte, pasará el tiempo y
su recuerdo persiste. Y cada 30 de agosto seguirá yendo gente a su hogar y a
depositar su petición en aquel “pozo de los deseos”. Y pasarán los años y los
milenios, pero Santa Rosa quedará guardada en nuestros corazones. ¡Viva la
primera santa de América!
Juan Mujica
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