Dicen que Argos, quien
era un gigante con cien ojos, por cuestiones del destino no pudo conservar
sanos sus sentidos más característicos. Cuentan las leyendas que en un
principio tenía sus órganos intactos, pero primero le vino una gran infección
de la que no pudo sanarse, teniendo que extirparle dos de sus ojos. Claro que
le dolió tales pérdidas, pero pasado un tiempo continuó con su vida.
Sin embargo, el destino
lo condujo a luchar con el Equidna en una dantesca batalla. Llegándolo a
vencer, pero le costó un ojo más, o mejor dicho un ojo menos. Lamentándose por
una nueva pérdida ocular, se deprimió y se veía con tristeza en las aguas de
una laguna el reflejo de su rostro con tres ojos menos. A pesar que era un
gigante fuerte, también tenía vulnerable la vista. Entonces, en un momento de
ira maldijo su mala suerte y gritó a Zeus, reclamándole su mala fortuna:
-¡Maldito seas Zeus, que
permitiste que perdiera tres ojos! ¿Por qué no evitaste que me sucediera esto?
¿No eres tú el rey de los dioses?
De
pronto, el firmamento se puso oscuro y hasta anocheció a las tres de la tarde.
Las nubes habían cubierto el sol y esta situación sorprendió a Argos, que a
pesar de su gran vista, no lograba ver muy bien. Fue entonces que Zeus le
respondió:
-¿Me
culpas a mí, Argos? ¿Habiendo tenido cien ojos y ahora que tienes 97, te
sientes desdichado? ¿Y me maldices y me haces responsable? ¡Pues ahora te
castigo por quejumbroso, y verás menos que antes!
Dicho esto cayó un rayo
sobre Argos, .atinándole en un ojo y cicatrizando la herida de inmediato. Al
verse nuevamente en la laguna, notó que un cuarto ojo había sido perdido para
siempre. Ello motivó aun más la ira de Argos, quien ya tenía miedo de maldecir
su mala suerte. Ahora tenía 96 ojos intactos, que veían en todas las
direcciones. Así que el gigante tuvo un largo tiempo de reflexiones, viajando
sin rumbo, al garete, tan solo con una idea en la mente: “No volver a perder
otro ojo, su quinto ojo”. Y viajó y viajó por todo Grecia, evitando enfrentarse
con otros gigantes y criaturas fabulosas. Hasta que sucumbió y quedó tirado en
el piso muerto de cansancio, durmiendo y durmiendo. Sin embargo, cuando
despertó, vio a la distancia un castillo. Esta visión le causó gran curiosidad
y en vez de seguir su camino, decidió ir y averiguar quién vivía allí. Al
aproximarse fue divisado por un centinela que le preguntó:
-¿Quién eres y a qué has
venido?
-Soy Argos y busco paz.
El
centinela estuvo muy sorprendido por las palabras del gigante y notó además que
tenía cuatro ojos mutilados. Así que consultó con el rey del castillo, y al
verlo este de lejos sintió compasión y ordenó que lo dejaran pasar. Al abrir la
gran puerta vieron a un Argos que todavía tenía cuatro ojos que estaban
cicatrizando. Lo condujeron al interior y le permitieron que hablara con el
rey:
-Así
que eres Argos. Hemos oído de ti. Dicen que desafiaste al mismísimo Zeus y que
tus cien ojos, que ahora son 96 pueden ver en todas las direcciones.
-Justamente,
por eso es que estoy aquí señor. No deseo perder más ojos.
-Muy
bien, por tu tamaño no puedes quedarte aquí, pero te vamos a entregar un
medallón de la suerte. Y así no volverás a perder otro ojo. Además te daremos
una espada que esconde un gran poder.
-Gracias
señor.
Argos
no estaba muy convencido de lo que estaba recibiendo, pero como le dieron de
comer, para él ya era suficiente. Agradeció y retomó su rumbo, aunque sin saber
a dónde ir. Fue entonces que se encontró con un gigante idéntico a él, y peor
aún, que tenía mutilados cinco ojos. Eso le pareció muy extraño. Y por un
momento pensó en que su medallón lo ayudaría, pero no pasaba nada. Así que
decidió usar su nueva espada y arremetió contra aquel gigante, hiriéndolo en la
cabeza y mutilándolo de varias decenas de ojos. Aquel gigante gritó mucho de
dolor, pero en respuesta maldijo un quinto ojo de su rival que escogió al azar:
-Quizá
yo no vuelva a tener la misma visión, pero tú perderás un quinto ojo. Vagarás
por los desiertos y nadie te ayudará. Soy Zeus y usé tu reflejo para ver qué
tan egoísta eres. Ahora tu quinto ojo perderás y no volverás a perder otro,
porque asesinaré a quienes te ataquen. De ahora en adelante recordarás que tu
quinto ojo es la marca de mi maldición.
Dicho
esto, Zeus lanzó un nuevo rayo a la cabeza de Argos y le arrancó un nuevo
órgano ocular. Causándole un gran dolor y así se quedó para siempre con aquel
quinto ojo dañado. Naciendo así la leyenda de “El quinto ojo de Argos”.
Juan Mujica (libro "Alucinógeno")
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