Dicen las tradiciones orales
que el lago Titicaca que hoy en día conocemos, no habría estado tan tranquilo
de no ser de unos seres que a continuación les voy a contar:
En dicho lago habitaban unos seres anfibios, quienes no
permitían que la gente lugareña beba, recoja y menos sumergirse en sus aguas.
Esas criaturas desde tiempos inmemorables causaban terror y se creían los
dueños de nuestro lago Titicaca. Hasta que un buen día, cansados los habitantes
que vivían cerca de allí, que les imploraron a sus dioses locales para que
intervengan y que expulsen a aquellos demonios. Y tanto fue el ruego, y tanto
fue la súplica que aquellos dioses bajaron del firmamento, y se posaron a la
altura del nivel de dicho lago, pero sin mojarse.
-Hemos escuchado vuestras plegarias –exclamaba uno de
aquellos dioses-. Estamos enterados del problema diario que sufren a causa de
aquellos monstruos marinos.
-Así es. Somos conocedores de su situación. De tal modo que
procederemos a expulsar a aquellas bestias de la faz del antiplano.
Los pobladores al oír las palabras de aquellas deidades,
sintieron un gran alivio. Y estaban expectantes de lo que ocurriera en aquellos
momentos.
-Somos los “Uros”. Estamos aquí desde que esta tierra y este
lago aún no existían. Estamos al tanto de todos los problemas y enfrentamientos
de este planeta. ¿Dónde y cuándo se aparecen aquellos monstruos?
-Señores Uros, según sabemos, aquellas criaturas aparecen a
veces por las mañanas, pero a veces también nos sorprenden por las noches. De
tal modo que vivimos en la angustia de no saber cuándo acercarnos a este lago.
-Ya veo. Así que no tienen hora de aparición. Muy bien,
entonces, escuchen: Nosotros permaneceremos ocultos entre las nubes. Mientras
tanto, ustedes estén pendientes sobre la aparición de esos monstruos. Y cuando
vean que están visibles, soplen sus cuernos y nosotros bajaremos a hacer
justicia.
Dicho y hecho. Los Uros se escondieron entre unas nubes, y
mientras tanto, los pueblerinos estuvieron cerca, muy cerca a aquel lago. Fue
entonces, cuando aquellas criaturas sintiendo que invadían “su lago”, hicieron
acto de presencia. Y confiados de su temeraria fisionomía y peligrosidad. Sin
más miramientos, salieron de las aguas y se disponían a atacar a las personas
que estaban cerca. Entonces, conforme a lo acordado, los pueblerinos soplaron
como nunca sus cuernos. Y como arte de magia, descendieron al nivel de las
aguas una vez más los Uros. Dicho encuentro sorprendió a aquella gente, pero
tanto aquellos monstruos como los Uros, estaban tranquilos. Confiando cada cual
en sus poderes y fortalezas.
-Ustedes deben ser las criaturas que espantan y prohíben a
esta gente, para que hagan uso de estas aguas.
-Jajaja, así es. Ya que este es nuestro lago, por tanto,
nadie más puede beber, bañarse ni nada parecido.
-En seguida proseguiremos a borrar esas sonrisas de sus
espantosas caras para siempre.
-Jajaja, ¿de veras? ¿Y cómo lo harán?
-Nomás abran bien sus ojos.
Y ante la presencia de los habitantes de aquella parte del
antiplano, como de aquellas criaturas, los Uros se convirtieron en gigantes
marinos, y sin más comentarios, procedieron a devorar a esos monstruos, ante la
vista y paciencia de aquella gente. Una vez que terminaron con el último bocado,
volvieron a su tamaño inicial y les aseguraron a aquellos pueblerinos que nunca
más serían molestados por aquellas bestias, ni nada por el estilo. Y aquellos
pueblerinos estuvieron tan agradecidos, que desde ese día llamaron a la isla de
totoras que flota en las aguas del lago Titicaca, con el nombre de “Los Uros”.
Y dicha isla, a pesar que el tiempo ha pasado, continúa siendo un lugar
turístico, donde llegan muchas personas de muchos lugares, y se siguen
admirando, al ver a una isla de totoras que supervive y flota en medio del
archiconocido lago Titicaca. Nuestro patrimonio peruano.
Juan Mujica
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