Desde pequeño le gustaron las
alturas. En cada ocasión de riesgo, él se ofrecía. Cuando alguna pelota caía a
un techo de algún vecino, él no escatimaba en arriesgarse y se las arreglaba
para subir, trepar y quedar como el héroe del día. Fue así que creció y creció
aceptando todos los desafíos que se le presentaban. En su barrio ya era una
leyenda. Sus amigos no dudaban en celebrar cada proeza que realizaba.
-¡Vamos Spiderman peruano, sube ese edificio! –decía uno
de sus admiradores.
-¡Sí, que suba! ¡Utiliza tus telarañas, jaja! –profería
otro, sabiendo que para él no era nada difícil.
Y así se la pasaba, subiendo y trepando cuanto desafío se
le presentaba. E incluso su fama no lo dejaba tranquilo ni cuando estaba en las
cantinas. Lugares que cuando los frecuentaban, la gente le decía: “Ese Spiderman…dentro
de un rato va a estar de pared en pared…jajaja”. Y fue así que entre sus
hazañas subió edificios como el Centro Cívico, el Sheraton, el Marriot, en fin,
incluso escaló el mismísimo Machu Picchu. Y cuando logró tales gestas, a
petición de algunas personas, le sugirieron que internacionalice su fama y que
trepe, la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel, y la Torre de Pisa
-Vaya, vaya, qué buenas ideas me han dado. Me prepararé
para viajar a tales desafíos –decía en voz alta el Spiderman peruano.
Sin embargo, como nada es perfecto en esta vida. Lo que
pocos sabían de éste hombre araña peruano, es que tenía bien escondidito su
tratamiento contra el Parkinson. Una enfermedad que lo acompañó desde que era
adolescente. Y como todo tratamiento, tenía un control y unas pastillas que
tenía que tomar, según lo prescrito por su médico. Esto lo sabía su familia,
algunos amigos y todo el hospital donde acudía cada cierto tiempo. Fue entonces
que llegó a subir la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel y la Torre de
Pisa. Todo era aplauso. Todo era jolgorio y ovación. Hasta que un día, de
tantos parabienes y albricias, olvidó que tenía que tomar sus pastillas. Y
precisamente, tenía como reto subir el Monte Everest. De solo pensarlo su
adrenalina palpitaba por todo su cuerpo. Era su oportunidad para ser el mejor
del mundo. Fue entonces que llegó el
día, y el Spiderman peruano, subió, trepó y con todo el entusiasmo, tenía toda
la voluntad y confianza. Hasta que cuando ya había trepado los primeros 2000
metros. Algo le pasaba. Sus brazos, sus piernas, su cabeza y todo lo demás
empezaron a experimentar un ataque de temblores que amenazaban con hacerlo
perder su proeza. Fue entonces que recordó las palabras de su médico: “No
olvides tomar tus pastillas, puesto que con la actividad que realizas, si no
sigues la medicación, podría ser letal”. De tal modo que luego de este
pensamiento, no pudo controlar ni reprimir aquellos temblores, por lo que
perdió su estabilidad y el equilibrio. Cayendo al vacío. Cayendo y cayendo,
mientras que recordaba cuando sus padres le decían que no se arriesgue, que un
buen día se arrepentiría de tales actos mortales. En su mente había como un ecran
que a “velocidad luz”, iba recordando su trayectoria como trepador de
edificios, y también recordaba cuando le pusieron el pseudónimo de Spiderman
peruano. Luego de unos segundos su cuerpo se incrustó en uno de los picos del Monte
Everest. Muriendo en el acto. Al enterarse la cruz roja internacional, fueron
en su búsqueda, pero solo confirmaron su muerte. Hasta que uno de sus
detractores, que desde siempre le tuvo envidia a sus proezas, expresó casi en
voz alta:
-Vaya, vaya, Gerónimo…¿Se te acabó la telaraña?
Juan Mujica
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