domingo, 5 de marzo de 2017

El Spiderman peruano

Desde pequeño le gustaron las alturas. En cada ocasión de riesgo, él se ofrecía. Cuando alguna pelota caía a un techo de algún vecino, él no escatimaba en arriesgarse y se las arreglaba para subir, trepar y quedar como el héroe del día. Fue así que creció y creció aceptando todos los desafíos que se le presentaban. En su barrio ya era una leyenda. Sus amigos no dudaban en celebrar cada proeza que realizaba.
            -¡Vamos Spiderman peruano, sube ese edificio! –decía uno de sus admiradores.
            -¡Sí, que suba! ¡Utiliza tus telarañas, jaja! –profería otro, sabiendo que para él no era nada difícil.
            Y así se la pasaba, subiendo y trepando cuanto desafío se le presentaba. E incluso su fama no lo dejaba tranquilo ni cuando estaba en las cantinas. Lugares que cuando los frecuentaban, la gente le decía: “Ese Spiderman…dentro de un rato va a estar de pared en pared…jajaja”. Y fue así que entre sus hazañas subió edificios como el Centro Cívico, el Sheraton, el Marriot, en fin, incluso escaló el mismísimo Machu Picchu. Y cuando logró tales gestas, a petición de algunas personas, le sugirieron que internacionalice su fama y que trepe, la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel, y la Torre de Pisa
            -Vaya, vaya, qué buenas ideas me han dado. Me prepararé para viajar a tales desafíos –decía en voz alta el Spiderman peruano.
            Sin embargo, como nada es perfecto en esta vida. Lo que pocos sabían de éste hombre araña peruano, es que tenía bien escondidito su tratamiento contra el Parkinson. Una enfermedad que lo acompañó desde que era adolescente. Y como todo tratamiento, tenía un control y unas pastillas que tenía que tomar, según lo prescrito por su médico. Esto lo sabía su familia, algunos amigos y todo el hospital donde acudía cada cierto tiempo. Fue entonces que llegó a subir la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel y la Torre de Pisa. Todo era aplauso. Todo era jolgorio y ovación. Hasta que un día, de tantos parabienes y albricias, olvidó que tenía que tomar sus pastillas. Y precisamente, tenía como reto subir el Monte Everest. De solo pensarlo su adrenalina palpitaba por todo su cuerpo. Era su oportunidad para ser el mejor del mundo.  Fue entonces que llegó el día, y el Spiderman peruano, subió, trepó y con todo el entusiasmo, tenía toda la voluntad y confianza. Hasta que cuando ya había trepado los primeros 2000 metros. Algo le pasaba. Sus brazos, sus piernas, su cabeza y todo lo demás empezaron a experimentar un ataque de temblores que amenazaban con hacerlo perder su proeza. Fue entonces que recordó las palabras de su médico: “No olvides tomar tus pastillas, puesto que con la actividad que realizas, si no sigues la medicación, podría ser letal”. De tal modo que luego de este pensamiento, no pudo controlar ni reprimir aquellos temblores, por lo que perdió su estabilidad y el equilibrio. Cayendo al vacío. Cayendo y cayendo, mientras que recordaba cuando sus padres le decían que no se arriesgue, que un buen día se arrepentiría de tales actos mortales. En su mente había como un ecran que a “velocidad luz”, iba recordando su trayectoria como trepador de edificios, y también recordaba cuando le pusieron el pseudónimo de Spiderman peruano. Luego de unos segundos su cuerpo se incrustó en uno de los picos del Monte Everest. Muriendo en el acto. Al enterarse la cruz roja internacional, fueron en su búsqueda, pero solo confirmaron su muerte. Hasta que uno de sus detractores, que desde siempre le tuvo envidia a sus proezas, expresó casi en voz alta:
            -Vaya, vaya, Gerónimo…¿Se te acabó la telaraña?


Juan Mujica

            

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