Juan Mujica
Cuando estaba en II de secundaria llevábamos el curso de Mecanografía. ¿Si creen que era un curso aburrido? Pues tienen razón jaja. En ese tiempo no me parecía muy divertido estar machucando teclas y escribiendo letras que no tenían ningún significado, pero que sin embargo, supuestamente nos ayudaría para ubicar de memoria las letras de las teclas. Más bien me acuerdo que el profe que teníamos era falto de carácter y muchas veces fue bombardeado con lluvia de papeles.
Recuerdo que en la casa de mis abuelos (ahora casa de mis tíos) había una máquina de escribir grande. Y a veces me resultaba interesante colocarle una hoja y escribir palabras como lo hacía la gente grande. No obstante, también uno de mis tíos tenía en ese tiempo (80s), una máquina de escribir más pequeña –azul claro-, donde empezaba a escribir mis primeros trabajos de colegio. Ya se imaginarán todo lo que se tuvo que hacer para que aquel aparato funcione bien.
Pasaron los años y en mi casa compraron una máquina de escribir color beige. Al principio solo era la máquina nueva de la casa, pero con el tiempo y habiéndome tomado el trabajo de descubrir todos sus trucos, y además ocuparme de cambiarle de rollos de tinta, le fui tomando inconscientemente cariño. No puedo olvidar aquellos momentos que pasé durante mi educación superior tipeando mis trabajos y sobre todo haciendo las carátulas, donde tenía que contar los espacios y con paciencia, con mucha paciencia, salía al final el trabajo terminado y listo para entregar.
Los historiadores estiman que varias formas de máquina de escribir fueron inventadas al menos 52 veces por mecánicos que intentaban conseguir un diseño útil. En 1714 Henry Mill obtuvo una patente de la reina Ana de Estuardo por una máquina que, según era descrita, se parece a una máquina de escribir, si bien no se sabe más. Entre los primeros desarrolladores de máquinas de escribir se encuentra Pellegrino Turri, en 1808, que también inventó el papel de calco. Muchas de estas máquinas primitivas, incluyendo la de Turri, fueron desarrolladas para permitir escribir a los ciegos.
Ya en los años 2000, al fin se compró en mi casa una computadora, que llegaría a ser la engreída y el juguete nuevo adorado por todos. Y gracias a ella es que pude escribir mis últimos trabajos de mi carrera de periodismo. Seguro que hay muchos de los lectores que ahora están frente a su propia computadora o de su laptop y esta historia les parece anacrónica, y de hecho lo es, pero ahora en momentos como este es que uno comprende a sus abuelos, quienes se la pasan remembrando sus anécdotas que tuvieron un lugar en el tiempo.
Dicen que actualmente ya no se fabrican las máquinas de escribir, las que en su momento fueron un artefacto muy útil y moderno. Ahora ya son piezas de museo, aunque todavía hay personas de avanzada edad que aún manejan su inseparable máquina de escribir. La mía ya no recuerdo cuándo la desechamos, pero al igual que esta, las computadoras también están en proceso de ser desechadas, y lo mismo le pasará a las laptops, ya que la tecnología avanza y solo nos queda acoplarnos a los nuevos cambios. A estar acordes con los nuevos inventos, avances tecnológicos y los grandes pasos que da la humanidad, en este maravilloso mundo del modernismo futurista.
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