Érase una época desconocida,
donde nadie estaba a salvo; puesto que hasta el más inocuo personaje podría ser
en realidad un asesino y/o depredador. Sin embargo, aquel día en que Hans
recorría las llanuras del corazón de África, se dio con la acostumbrada escena
de ver a muchísimas “presas”. Desde alces, búfalos, unicornios azules, dragones
escarlatas, etc. No obstante, él no era el único cazador, ya que otros
depredadores le hacían competencia. Entre ellos estaban las hienas, los
leopardos, las panteras, los perros salvajes. Todos ellos dispuestos a lanzarse
sobre las posibles víctimas, para luego dejar las sobras a merced de los
buitres y demás carroñeros.
Sin embargo, cuando Hans estaba
en su acostumbrada rutina. Surge un personaje que hace correr a todos. Es
cierto que la presencia de este cazador atemorizaba a cuanta fiera vieran sus
perspicaces ojos, pero estando el sol irradiando como antorcha gigante, el
personaje citado cobraba dinamismo y oportunidad de cazar. Sus posibles
víctimas al verlo se despegan de su raíz y corren atemorizados. El cazador ve
esta escena y se disgusta, ya que el personaje arcano con su presencia alertó a
sus víctimas, que dicho sea de paso, son diferentes a las víctimas de este
tercer ente.
-¡Qué estás haciendo! ¡Ahuyentas a mis presas! ¡Vuelve a tu
raíz! –grita Hans, pero el tercer personaje no hace caso y se siente con la
confianza de proseguir su naturaleza.
Es nuevamente mediodía, y el sol está radiante y quemando
cuantas pieles estén en su camino. Por su parte, Hans sale de la cueva donde se
refugia y en cuanto el sol calienta su cabeza, surge de nuevo su cómplice. El
cazador no tolera otra vez su presencia y lo conmina a quedarse pegado al
suelo. No obstante, se despega y al divisar a los animales salvajes en el
cercano horizonte, se apresta a dispararles. Esto lo ve el cazador y le grita
que frene su “estampida de disparos”. Las víctimas corren a ponerse en
resguardo, algunas tropiezan y son pisoteadas por el cúmulo de bestias en
frenesí. Hans no soporta este sabotaje y opta por un plan inesperado. Le
dispara a sí mismo. Sin embargo, su sombra no es afectada en lo más mínimo. Los
animales, extrañadísimos, no comprenden por qué los cazadores se disparan entre
ellos. No obstante, a pesar que el cazador da en el blanco de su rival, éste
último no solo sale ileso, sino que sus disparos hieren y dan muerte a Hans.
Acto seguido, oscurece, se hace
de noche. Las sombras de los animales retornan a sus dueños, pero la sombra de
Hans, ya muerto, no vuelve a aparecer por la mañana al mediodía. El cazador de
sombras también murió con su ente proyector. Su sombra se ocultó para siempre.
Juan Mujica
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