sábado, 17 de septiembre de 2016

El cazador de sombras

Érase una época desconocida, donde nadie estaba a salvo; puesto que hasta el más inocuo personaje podría ser en realidad un asesino y/o depredador. Sin embargo, aquel día en que Hans recorría las llanuras del corazón de África, se dio con la acostumbrada escena de ver a muchísimas “presas”. Desde alces, búfalos, unicornios azules, dragones escarlatas, etc. No obstante, él no era el único cazador, ya que otros depredadores le hacían competencia. Entre ellos estaban las hienas, los leopardos, las panteras, los perros salvajes. Todos ellos dispuestos a lanzarse sobre las posibles víctimas, para luego dejar las sobras a merced de los buitres y demás carroñeros.
Sin embargo, cuando Hans estaba en su acostumbrada rutina. Surge un personaje que hace correr a todos. Es cierto que la presencia de este cazador atemorizaba a cuanta fiera vieran sus perspicaces ojos, pero estando el sol irradiando como antorcha gigante, el personaje citado cobraba dinamismo y oportunidad de cazar. Sus posibles víctimas al verlo se despegan de su raíz y corren atemorizados. El cazador ve esta escena y se disgusta, ya que el personaje arcano con su presencia alertó a sus víctimas, que dicho sea de paso, son diferentes a las víctimas de este tercer ente.
         -¡Qué estás haciendo! ¡Ahuyentas a mis presas! ¡Vuelve a tu raíz! –grita Hans, pero el tercer personaje no hace caso y se siente con la confianza de proseguir su naturaleza.
         Es nuevamente mediodía, y el sol está radiante y quemando cuantas pieles estén en su camino. Por su parte, Hans sale de la cueva donde se refugia y en cuanto el sol calienta su cabeza, surge de nuevo su cómplice. El cazador no tolera otra vez su presencia y lo conmina a quedarse pegado al suelo. No obstante, se despega y al divisar a los animales salvajes en el cercano horizonte, se apresta a dispararles. Esto lo ve el cazador y le grita que frene su “estampida de disparos”. Las víctimas corren a ponerse en resguardo, algunas tropiezan y son pisoteadas por el cúmulo de bestias en frenesí. Hans no soporta este sabotaje y opta por un plan inesperado. Le dispara a sí mismo. Sin embargo, su sombra no es afectada en lo más mínimo. Los animales, extrañadísimos, no comprenden por qué los cazadores se disparan entre ellos. No obstante, a pesar que el cazador da en el blanco de su rival, éste último no solo sale ileso, sino que sus disparos hieren y dan muerte a Hans.
Acto seguido, oscurece, se hace de noche. Las sombras de los animales retornan a sus dueños, pero la sombra de Hans, ya muerto, no vuelve a aparecer por la mañana al mediodía. El cazador de sombras también murió con su ente proyector. Su sombra se ocultó para siempre.

Juan Mujica

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