Lejos quedaron aquellos tiempos
en que aquel circo, conformado por personajes como el dueto de enanos, el
hombre fortachón, la contorsionista, la bruja de la bola de cristal, los
equilibristas, y el mago y el payaso, hacían de cada presentación un éxito
rotundo. Sin embargo, de tal manera como iba triunfando, su dueño, el cirquero,
también se iba relacionando con personajes de alto calibre. Y fue en una de
esas “reuniones de negocios” que tuvo un altercado con un par de brujos, a
quien el cirquero no quiso aceptar para que se incorporaran al staff de
artistas con que contaba.
Y fue tanta su indignación que
juraron maldecir su negocio. Y que nunca más volvería a saborear los éxitos que
hasta ahora gozaba. Se despidieron con un estentóreo portazo y no supo más
sobre ellos. No obstante, Casimiro, hizo como si ya no recordara aquel suceso y
no lo comentó con nadie.
-Muchachos…¿qué pasa? Ya va a empezar la función. ¿Por
qué no están cambiados? –exclamó Casimiro, acomodando su sombrero de copa y
sujetando su bastón de la suerte.
-Míster, lo que pasa es que desde hace unos días hemos
sentido que cuando no hay público, se perciben unos sonidos extraños. Unas
risitas ofensivas. Como si penaran dentro del circo –pronunció uno de los
enanos.
-Sí don Casimiro, todos los hemos sentido. Es muy
extraño. Incluso cuando hay público. También lo hemos sentido. Quizá el público
no lo ha percibido, pero nosotros sí. Por eso tenemos temor de continuar
–expresó el hombre fortachón, un tanto avergonzado y mirando al piso y luego al
dueño del circo.
-¿No me digan que temen a esos sonidos? Eso es absurdo
–exclamó don Casimiro, paseando la mirada por todos los integrantes.
De tal modo que todos sus trabajadores presentaron su
renuncia y abandonaron las instalaciones de ese “circo maldito” como ellos lo
llamaban. Solo dos de ellos se quedaron, y fue porque eran hijos del dueño. El
payaso y el mago. Dos personajes distintos, pero a la vez con el mismo
propósito: divertir al público.
Fue entonces que don Casimiro les dijo que el circo no
podía abrir con tan solo dos artistas. Así que tuvo la idea que sus dos hijos
tuvieran presentaciones a domicilio. La idea era radical, pero al mismo tiempo
factible. Y mientras don Casimiro los contactaba con mucha gente que requería
de sus servicios, ellos llegaron a acostumbrarse a realizar sus “shows” de esa
manera.
Sin embargo, llegó el momento en que el dueño del circo
escuchó entre sueños, las voces de aquellos brujos, que le recordaban sobre su
maldición, y perdiéndose aquella alocución con dos risitas. Tal revelación hizo
dubitar a Casimiro, pero no quiso comentarlo con sus dos hijos artistas. Aquel
par de “deleitadores” prosiguió con lo suyo, respectivamente. Hasta que llegada
una luna llena. El payaso, luego que su público infantil se desternillara de
risa, prosiguió con su letal consigna. De igual manera pasó con su hermano, el
mago. Este último, luego de muchos aplausos, prosiguió con hacer desaparecer a
su público. Terminando aquella noche, solo quedaban los restos de sangre, de
aquellos espectadores que querían ser sorprendidos y eso tuvieron: una gran
sorpresa en los dientes de aquellos artistas antropófagos. Por su parte,
Casimiro prosiguió, siendo cómplice de aquellas funciones malditas, y mientras
tanto, seguía escuchando las risitas de los brujos que lo culpaban por sus dos
hijos artistas “comepúblicos”.
Juan Mujica
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