domingo, 10 de marzo de 2013

Las arenas



Juan Mujica

Hace un siglo caminaban unos cazadores en lo que sería la frontera entre Perú y Brasil. Exactamente, por todos lados había árboles, plantas carnívoras, insectos chupasangre, vegetación extraña y por supuesto animales salvajes de distintas especies. No obstante, los excursionistas que iban dirigidos por el cazador Naujex, estaban armados hasta los dientes con toda clase de armas. Desde cuchillos y granadas, hasta rifles y ametralladoras. Todo iba de lo mejor, cuando de pronto los exploradores que estaban dispersos en la jungla, escucharon un grito:
            -¡¡¡Auxilio!!!
            Naujex y su gente se alarmaron, y ante posteriores gritos detectaron que se trataba de uno de sus hombres, quien estaba en peligro.
            -Se trata de Pólvora. Algo le pasó –explicó uno de sus cazadores.
            -Bueno, estén muy atentos. Dicen que esta selva es extremadamente peligrosa –contaba Naujex ante la atención de los cazadores-. Dicen sus mitos orales que quien entra jamás vuelve a salir.
            Al oír estas palabras  muchos entraron en fobia o en pánico. ¿Qué le habrá pasado a Pólvora? Todos se preguntaban. Hasta que volvieron a oír otra voz:
            -¡¡¡Ayúdenme!!!
            Esta vez se trataba de Dragón, quien era otro de sus cazadores. Al parecer había corrido el mismo peligro que su compañero.
            Señor Naujex, hemos encontrado el sombrero de Pólvora, pero además el cuchillo de Dragón.
            -Eso quiere decir que no están muy lejos de aquí….-pensaba el jefe a cargo.
            -Más adelante hay un camino arenoso señor. Usted dirá –le consultaban a Naujex.
            -Muy bien, sigamos por ese camino.
            En cuanto se encontraron todos sobre las arenas, sucedió lo inexplicable. Todos empezaban a ser tragados. Sus pies, sus piernas, estaban siendo succionados hacia abajo Y todos se desesperaron, incluso su jefe.
            -¡¡¡Ayúdennos!!!, ¡¡¡Auxilio!!! –gritaban todos.
            Sin embargo, aquel camino de arena se los tragó. Y cuando se dieron cuenta y abrieron los ojos, estaban en una playa. Frente a un castillo de arena. Fue entonces que no daban crédito a sus ojos. Y Naujex ordenó que tuvieran cuidado con aquellas arenas. Y preguntándole al dueño de aquel castillo de arena -que era un niño de diez años-, acerca de su localización geográfica. Este les respondió que estaban en una playa de Hawaii. Fue entonces que Naujex, aún extrañado del “viaje” propuso ir a visitar los volcanes de aquella isla.
            -Y aunque todos estaban felices por seguir vivos, no hubo opiniones encontradas. Aceptando ir a visitar los volcanes. No obstante, camino a aquella zona. Sin siquiera haber visto alguno de los volcanes, volvieron a pisar  un camino arenoso, siendo succionados por segunda vez. Todos ellos desesperados por su vil mala suerte, volvieron a gritar por ayuda, pero otra vez volvieron a despertar en otro arenal. Increíblemente estaban ahora en el desierto del Sahara, donde había pura arena.
            -¡Maldita sea!, ¿por qué nos está pasando esto? ¿por qué? –exclamaba el propio Naujex.
            -Jefe, ¿qué hacemos ahora? –le preguntaban.
            -Tranquilos, no entren en pánico. No volveremos a ser tragados por la tierra –decía sin creer sus propias palabras.
            -¡¡¡No quiero morir!!!, ¡¡¡No quiero morir!!! –gritaba uno de los suyos, corriendo para salvarse.
            -¡¿A dónde vas?! ¡Vuelve aquí, o morirás de verdad! –le decía Naujex.
No obstante, aquel hombre no oyó sus palabras y se perdió en el desierto. Así que con uno menos continuaron su excursión. Esta vez era para salvar sus vidas. Y caminando y caminando, mientras en las alturas los buitres daban vueltas esperando alguna presa, empezaron los espejismos. Muchos de ellos empezaban a tener visiones de oasis y palmeras con riachuelos. Corriendo hacia ellos y lanzándose sin pensarlo dos veces. Sin embargo, fatalmente cayeron sobre otra de las arenas movedizas. Y cuando se dieron cuenta, estaban dentro de un gigantesco reloj de arena de un gigante cíclope.
-Señor Naujex, ¿qué haremos ahora? –preguntó otro de los cazadores.
-Tranquilos, tranquilos. ¿Ya vieron al gigante? Esperaremos a que salga de su casa y romperemos este reloj de arena con nuestras armas.
-Ok, pero ¿a qué hora se irá? No sabemos si quiera el tiempo, y al menos yo no sé leer los relojes de arena –exclamó el mismo hombre.
-Pero yo sí amigos. Y no tengo prisa por salir de mi casa. Al contrario. Tengo ganas de jugar con mi reloj de arena. Y puedo quedarme aquí toda la eternidad. Viéndolos caer y caer a travez de las arenas, jajaja –dijo el gigante cíclope-. ¿Qué harás ahora Naujex?
-mmmm…..esperar a que te duermas, o despertar nosotros de esta pesadilla. Lo que ocurra primero.
Y sin advertirlo, gritó: ¡¡¡fuego!!!
Rompiendo los cristales de aquel reloj de arena, ante la sorpresa del gigante cíclope. No obstante, aquella ráfaga los despertó, y cuando se dieron cuenta estaban en la frontera de Perú y Brasil, siendo vigilados por Pólvora y Dragón, pero al dar un par de pestañeos, volvieron a despertar en la casa del ahora furioso gigante cíclope.

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