jueves, 26 de agosto de 2021

Kraken (cuento)

 


Hace miles de años en la antigua Grecia, se rendía culto a los dioses del Olimpo. Sin embargo, mientras los reyes, príncipes y princesas gozaban de lo lindo. Surgió una revelación. Una avejentada mujer a quien conocían como la bruja escarlata, predijo en su caldero mágico que Atenas estaba en peligro. Es más, que una bestia gigante aparecería y azotaría todo el litoral griego. Sin embargo, ante tal argumento, los griegos se burlaron de ella.

                -¡Qué cosas se le ocurren a la bruja escarlata! –pronunció el rey al mando-. Quien no sospechaba que aquel aviso se acercaba a sus costas.

                -Tienes razón mi rey. Son solo supercherías de una bruja loca –exclamó el hechicero, mientras reía al ritmo del rey.

                No obstante, uno de los sacerdotes no era tan escéptico, puesto que la noche anterior soñó que una bestia marina atacaba Atenas y asesinaba a todos sus habitantes. Sin embargo, cómo sustentar dicha revelación. Fue entonces que acudió al oráculo de Delfos.

                -Tu sueño no fue falso –expresó el espíritu omnisciente-. Sin embargo, debes decirle a tu rey que estén prevenidos, ya que la criatura mientras hablamos se va acercando a las costas de Atenas. Ve sacerdote, ve y adviérteles que estén preparados.

                Dicho y hecho, el sacerdote fue a hablar con el rey. Y ante la sorpresa del presbítero, el supremo mandatario echó a reír. Aduciendo que tal desgracia era solo una fantasía que inventó la bruja escarlata.

                -Con todo respeto mi señor. Tal revelación ha sido corroborada por el mismo oráculo de Delfos.

                -¿El oráculo de Delfos? ¿Aquel que dijo que Sócrates era el hombre más sabio de Atenas?

                -Precisamente mi señor. El espíritu omnisciente nunca se ha equivocado-. Expresó el sacerdote, quien mientras todavía estaba hablando, se le acercó el rey y sin ningún aviso le atravesó una daga en el pecho.

                A la mañana siguiente todos se extrañaron de ver el cadáver del sacerdote. Sin embargo, nadie se atrevía a preguntar sobre la causa de su deceso, puesto que temían que les pasara lo mimo. Más bien aprovechó para propalar lo que para él era verdadero.

                -¡Pueblo de Atenas! ¡Percibo temor e incertidumbre en sus corazones! No temáis. La leyenda del Kraken es solo eso. Una fantasía que ha supervivido al pasar de los años. Una criatura fabulosa, que ha pasado por las tradiciones orales, de generación a generación…

                -Así que ese reycito no cree en la existencia del Kraken. Bien, muy bien. Entonces no queda más opción que lanzarlo a las fauces de la criatura. Mañana mismo en la mañana, mi Kraken les hará una “visita” a los atenienses –expresó Poseidón.

                Al amanecer, los pescadores estaban en su faena como de costumbre. Sin embargo, algo sucedía, algo se aproximaba. Incluso algo rugía. Era el Kraken, la bestia fabulosa que les habían contado los abuelos de los abuelos de los abuelos. Fue entonces que no tuvieron tiempo en escapar, tragándose a cada uno de ellos con su afilado e ingente pico, y retorciéndolos con sus tentáculos. Puesto que eso era. Un cefalópodo gigante. Un pulpo enorme, que amenazaba con destruir el puerto de Atenas.

                Para ese entonces, la bruja escarlata tenía tantas ganas de restregarle las consecuencias de su escepticismo al Rey, pero prefirió alejarse de las costas para salvar su vida. Fue entonces que el Rey se atemorizó tanto que experimentó una “meada real”. Se sentía tan culpable, de haber expuesto la seguridad de su pueblo, y el hechicero también. Ambos no sabían dónde colocar la cabeza, puesto que estaban llenos de vergüenza.

                No obstante, prefirieron huir, dejando a la reina y a su princesa y a su príncipe abandonados a su suerte. Por su parte, el Kraken ya estaba en las orillas de Atenas, moviendo sus tentáculos y rugiendo, y al mismo tiempo mostrando su ingente pico. Uno a uno se los iba devorando. Sin respetar género, edad, jerarquía, credo ni nada. Incluso le faltaban tentáculos para continuar masticando gente.

                En esos momentos, Poseidón, quien se encontraba en el Olimpo, estaba desternillándose de risa. Pero era una risa peculiar, muy vengativa. Con cada ateniense que moría atragantado por el Kraken, Poseidón se sentía feliz. No obstante, como quien entra sin pedir permiso, llegó Zeus, y con su capacidad omnisciente, adivinó todo lo que había ocurrido.

                -¿Gozas con la muerte de los mortales, hermano? –preguntó a Poseidón.

                -Se lo merecen. En los últimos meses se han burlado de nosotros y ya no nos hacen sacrificios. Han perdido el respeto hacia todo el Olimpo, incluidos tú y yo, hermano –profirió el rey de los mares, sosteniendo su tridente.

                -Comprendo tu razón. Yo también he percibido la conducta irreverente de los mortales. Pero, ¿tienen que morir todos? –preguntó Zeus, mientras soslayaba al Kraken triturando los cuerpos de los humanos.

                -Solo déjame asesinar al rey. Él es el responsable de mi ira hacia los mortales. Ahora mismo está tierra adentro, dejando atrás a su familia. Déjame que mi Kraken lo triture. Déjame por favor, hermano.

                Las razones de Poseidón eran fidedignas. También el rey de los dioses había sido testigo de la irreverencia de aquel reycillo. Así que le dio el permiso de matar a ese mandatario escéptico. Fue entonces que pasó lo inverosímil. Las aguas tomaron terreno y los tsunamis cubrieron gran parte de Atenas. Sin embargo, tanto la bruja escarlata como el rey escéptico, para ese entonces ya estaban muy adentrados en las montañas. Y esto lo vio Poseidón, y fue tanto su enojo que hizo que le crecieran alas al Kraken. Elevándose sin salvoconducto alguno. Y con su desarrollado olfato encontró al rey escéptico. Cayó encima de él y lo mató en el acto.

                Una vez muerto este rey, Poseidón ya estaba más tranquilo, pero quiso asegurarse que los demás mortales, no se olvidaran de ellos (los dioses). Entonces les mandó construir una estatua gigante, donde se asemejaba a un Olimpo, donde luego de mucho construir y plasmar, se vieron edificados cada uno de ellos. Eso les reconfortó a Poseidón y al resto de dioses. Y luego de muchos siglos, la leyenda del “Kraken volador” todavía estaba en las tradiciones orales de los abuelos, de los abuelos, de los abuelos. Y sin embargo, como el poder ensombrece la razón, llegó el tiempo en que un descendiente de aquel rey escéptico tomó el trono, y como ya habían pasado muchos siglos, se mermó la advertencia de Poseidón, y la nueva generación se burló y ninguneó a los dioses. Por lo que Poseidón, se disponía a darles una lección, pero se le adelantó Zeus y le dijo: “es mi turno de decirles unas palabritas”.

                -¡Mortales, puesto que habéis escatimado el respeto y la veneración hacia los dioses del Olimpo…no me queda más remedio que enseñarles a la mala! –exclamó Zeus, muy furioso y fuera de toda contención.

                Y de repente, el rey de los dioses se materializó en cientos de miles de langostas. Una de las peores pestes de la historia. Y fue entonces que los atenienses huyeron y gritaron, pidieron clemencia, pero las langostas eran sordas a aquellos ruegos. Puesto que Zeus, estaba muy molesto, y no mermó su maleficio. No descansando en asesinar a los griegos, quienes habían perdido respeto alguno. No obstante, como Zeus predijo que pasados medio millar de años, los mortales volverían a olvidarlos, tuvo la decisión de enviarlos en cuerpo y alma al Hades. Precisamente a la morada de su hermano, en el submundo, en los terrenos de ultratumba. Por su parte, Hades estaba contento con aquella “donación” de almas y cuerpos pecadores. Y fue entonces que el territorio de Atenas lucía ahora desolado y solitario. Lo único que se salvó fue la bruja escarlata y el oráculo de Delfos. Zeus fue bondadoso con ellos y los salvó de la muerte y del sometimiento al Hades.

                -Dime, gran oráculo. ¿Qué pasará ahora?

                -Lo mismo te pregunto, hechicera.

                -No soporto tanta quietud. Hablaré con el rey de los dioses.

                -Dime, bruja escarlata. ¿Qué se te ofrece? –pronunció Zeus, mientras se veía un grupo de personas brindando.

                -Rey de los dioses. Sin tener a nadie con quien vaticinar, vengo a pedirte que me envíes a algún lugar donde vivir, y por supuesto donde haya gente. Es lo único que pido.

                -Mmmm…muy bien mi estimada, por haber sido respetuosa y correcta en tu conducta, te enviaré a un lugar donde podrás vivir con gente como tú.

                Con esas palabras, la bruja escarlata sonrió de impaciencia. Y esperaba lo inimaginable

                -Te enviaré a un lugar donde podrás estar entre los tuyos-. Y levantando las manos lanzó una especie de rayos triangulares, y envió a la bruja, lejos, muy lejos.

                Tan es así que cuando llegó y recuperó la conciencia. Preguntó: “¿Dónde estoy?”

                -Y una pueblerina sonriendo le contestó: “dónde más, en la isla Aquelárrica”.

                Fue entonces que comprendió que Zeus había cumplido su palabra. Se estableció en Aquelárrica y vivió hasta los quinientos años. Y en cuanto al oráculo de Delfos, encontró un lugar en el Olimpo, donde los dioses se divertían y recibía toda clase de preguntas. Hasta que dicho oráculo, cansado de vaticinar, día a día. Tomó la decisión de huir de aquel lugar y mágicamente se transportó a un lugar muy lejano. Sin embargo, como para él no existen los secretos supo que había llegado a las tierras de un gran imperio. Un lugar que resaltaba entre los mortales. Un lugar llamado Tahuantinsuyo.


Esgrimista

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