Hace miles de años en la
antigua Grecia, se rendía culto a los dioses del Olimpo. Sin embargo, mientras
los reyes, príncipes y princesas gozaban de lo lindo. Surgió una revelación.
Una avejentada mujer a quien conocían como la bruja escarlata, predijo en su
caldero mágico que Atenas estaba en peligro. Es más, que una bestia gigante aparecería
y azotaría todo el litoral griego. Sin embargo, ante tal argumento, los griegos
se burlaron de ella.
-¡Qué cosas se le ocurren a la bruja escarlata!
–pronunció el rey al mando-. Quien no sospechaba que aquel aviso se acercaba a
sus costas.
-Tienes razón mi rey. Son solo supercherías de una
bruja loca –exclamó el hechicero, mientras reía al ritmo del rey.
No obstante, uno de los sacerdotes no era tan
escéptico, puesto que la noche anterior soñó que una bestia marina atacaba
Atenas y asesinaba a todos sus habitantes. Sin embargo, cómo sustentar dicha
revelación. Fue entonces que acudió al oráculo de Delfos.
-Tu sueño no fue falso –expresó el espíritu
omnisciente-. Sin embargo, debes decirle a tu rey que estén prevenidos, ya que
la criatura mientras hablamos se va acercando a las costas de Atenas. Ve
sacerdote, ve y adviérteles que estén preparados.
Dicho y hecho, el sacerdote fue a hablar con el rey.
Y ante la sorpresa del presbítero, el supremo mandatario echó a reír. Aduciendo
que tal desgracia era solo una fantasía que inventó la bruja escarlata.
-Con todo respeto mi señor. Tal revelación ha sido
corroborada por el mismo oráculo de Delfos.
-¿El oráculo de Delfos? ¿Aquel que dijo que Sócrates
era el hombre más sabio de Atenas?
-Precisamente mi señor. El espíritu omnisciente nunca
se ha equivocado-. Expresó el sacerdote, quien mientras todavía estaba
hablando, se le acercó el rey y sin ningún aviso le atravesó una daga en el
pecho.
A la mañana siguiente todos se extrañaron de ver el cadáver
del sacerdote. Sin embargo, nadie se atrevía a preguntar sobre la causa de su
deceso, puesto que temían que les pasara lo mimo. Más bien aprovechó para
propalar lo que para él era verdadero.
-¡Pueblo de Atenas! ¡Percibo temor e incertidumbre en
sus corazones! No temáis. La leyenda del Kraken es solo eso. Una fantasía que
ha supervivido al pasar de los años. Una criatura fabulosa, que ha pasado por
las tradiciones orales, de generación a generación…
-Así que ese reycito no cree en la existencia del
Kraken. Bien, muy bien. Entonces no queda más opción que lanzarlo a las fauces
de la criatura. Mañana mismo en la mañana, mi Kraken les hará una “visita” a
los atenienses –expresó Poseidón.
Al amanecer, los pescadores estaban en su faena como
de costumbre. Sin embargo, algo sucedía, algo se aproximaba. Incluso algo
rugía. Era el Kraken, la bestia fabulosa que les habían contado los abuelos de
los abuelos de los abuelos. Fue entonces que no tuvieron tiempo en escapar,
tragándose a cada uno de ellos con su afilado e ingente pico, y retorciéndolos
con sus tentáculos. Puesto que eso era. Un cefalópodo gigante. Un pulpo enorme,
que amenazaba con destruir el puerto de Atenas.
Para ese entonces, la bruja escarlata tenía tantas
ganas de restregarle las consecuencias de su escepticismo al Rey, pero prefirió
alejarse de las costas para salvar su vida. Fue entonces que el Rey se
atemorizó tanto que experimentó una “meada real”. Se sentía tan culpable, de
haber expuesto la seguridad de su pueblo, y el hechicero también. Ambos no
sabían dónde colocar la cabeza, puesto que estaban llenos de vergüenza.
No obstante, prefirieron huir, dejando a la reina y a
su princesa y a su príncipe abandonados a su suerte. Por su parte, el Kraken ya
estaba en las orillas de Atenas, moviendo sus tentáculos y rugiendo, y al mismo
tiempo mostrando su ingente pico. Uno a uno se los iba devorando. Sin respetar
género, edad, jerarquía, credo ni nada. Incluso le faltaban tentáculos para
continuar masticando gente.
En esos momentos, Poseidón, quien se encontraba en el
Olimpo, estaba desternillándose de risa. Pero era una risa peculiar, muy
vengativa. Con cada ateniense que moría atragantado por el Kraken, Poseidón se
sentía feliz. No obstante, como quien entra sin pedir permiso, llegó Zeus, y con
su capacidad omnisciente, adivinó todo lo que había ocurrido.
-¿Gozas con la muerte de los mortales, hermano?
–preguntó a Poseidón.
-Se lo merecen. En los últimos meses se han burlado
de nosotros y ya no nos hacen sacrificios. Han perdido el respeto hacia todo el
Olimpo, incluidos tú y yo, hermano –profirió el rey de los mares, sosteniendo
su tridente.
-Comprendo tu razón. Yo también he percibido la
conducta irreverente de los mortales. Pero, ¿tienen que morir todos? –preguntó
Zeus, mientras soslayaba al Kraken triturando los cuerpos de los humanos.
-Solo déjame asesinar al rey. Él es el responsable de
mi ira hacia los mortales. Ahora mismo está tierra adentro, dejando atrás a su
familia. Déjame que mi Kraken lo triture. Déjame por favor, hermano.
Las razones de Poseidón eran fidedignas. También el
rey de los dioses había sido testigo de la irreverencia de aquel reycillo. Así
que le dio el permiso de matar a ese mandatario escéptico. Fue entonces que
pasó lo inverosímil. Las aguas tomaron terreno y los tsunamis cubrieron gran
parte de Atenas. Sin embargo, tanto la bruja escarlata como el rey escéptico,
para ese entonces ya estaban muy adentrados en las montañas. Y esto lo vio
Poseidón, y fue tanto su enojo que hizo que le crecieran alas al Kraken. Elevándose
sin salvoconducto alguno. Y con su desarrollado olfato encontró al rey
escéptico. Cayó encima de él y lo mató en el acto.
Una vez muerto este rey, Poseidón ya estaba más
tranquilo, pero quiso asegurarse que los demás mortales, no se olvidaran de ellos
(los dioses). Entonces les mandó construir una estatua gigante, donde se
asemejaba a un Olimpo, donde luego de mucho construir y plasmar, se vieron
edificados cada uno de ellos. Eso les reconfortó a Poseidón y al resto de
dioses. Y luego de muchos siglos, la leyenda del “Kraken volador” todavía
estaba en las tradiciones orales de los abuelos, de los abuelos, de los
abuelos. Y sin embargo, como el poder ensombrece la razón, llegó el tiempo en
que un descendiente de aquel rey escéptico tomó el trono, y como ya habían
pasado muchos siglos, se mermó la advertencia de Poseidón, y la nueva
generación se burló y ninguneó a los dioses. Por lo que Poseidón, se disponía a
darles una lección, pero se le adelantó Zeus y le dijo: “es mi turno de
decirles unas palabritas”.
-¡Mortales, puesto que habéis escatimado el respeto y
la veneración hacia los dioses del Olimpo…no me queda más remedio que
enseñarles a la mala! –exclamó Zeus, muy furioso y fuera de toda contención.
Y de repente, el rey de los dioses se materializó en
cientos de miles de langostas. Una de las peores pestes de la historia. Y fue
entonces que los atenienses huyeron y gritaron, pidieron clemencia, pero las
langostas eran sordas a aquellos ruegos. Puesto que Zeus, estaba muy molesto, y
no mermó su maleficio. No descansando en asesinar a los griegos, quienes habían
perdido respeto alguno. No obstante, como Zeus predijo que pasados medio millar
de años, los mortales volverían a olvidarlos, tuvo la decisión de enviarlos en
cuerpo y alma al Hades. Precisamente a la morada de su hermano, en el submundo,
en los terrenos de ultratumba. Por su parte, Hades estaba contento con aquella
“donación” de almas y cuerpos pecadores. Y fue entonces que el territorio de
Atenas lucía ahora desolado y solitario. Lo único que se salvó fue la bruja
escarlata y el oráculo de Delfos. Zeus fue bondadoso con ellos y los salvó de
la muerte y del sometimiento al Hades.
-Dime, gran oráculo. ¿Qué pasará ahora?
-Lo mismo te pregunto, hechicera.
-No soporto tanta quietud. Hablaré con el rey de los
dioses.
-Dime, bruja escarlata. ¿Qué se te ofrece? –pronunció
Zeus, mientras se veía un grupo de personas brindando.
-Rey de los dioses. Sin tener a nadie con quien
vaticinar, vengo a pedirte que me envíes a algún lugar donde vivir, y por supuesto
donde haya gente. Es lo único que pido.
-Mmmm…muy bien mi estimada, por haber sido respetuosa
y correcta en tu conducta, te enviaré a un lugar donde podrás vivir con gente
como tú.
Con esas palabras, la bruja escarlata sonrió de
impaciencia. Y esperaba lo inimaginable
-Te enviaré a un lugar donde podrás estar entre los
tuyos-. Y levantando las manos lanzó una especie de rayos triangulares, y envió
a la bruja, lejos, muy lejos.
Tan es así que cuando llegó y recuperó la conciencia.
Preguntó: “¿Dónde estoy?”
-Y una pueblerina sonriendo le contestó: “dónde más,
en la isla Aquelárrica”.
Fue entonces que comprendió que Zeus había cumplido
su palabra. Se estableció en Aquelárrica y vivió hasta los quinientos años. Y
en cuanto al oráculo de Delfos, encontró un lugar en el Olimpo, donde los
dioses se divertían y recibía toda clase de preguntas. Hasta que dicho oráculo,
cansado de vaticinar, día a día. Tomó la decisión de huir de aquel lugar y
mágicamente se transportó a un lugar muy lejano. Sin embargo, como para él no
existen los secretos supo que había llegado a las tierras de un gran imperio.
Un lugar que resaltaba entre los mortales. Un lugar llamado Tahuantinsuyo.
Esgrimista
No hay comentarios:
Publicar un comentario