miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pánico

Brighit Cornejo

Hace unas horas mi actitud y estado de ánimo andaban casi por el piso como arrastrándose, quejándose de lo tan infausto que era su existencia en mi; era una carga para mi cuerpo, ya lo sentía y ya comenzaba a fastidiarme. Un viento azotaba la cavidad del corazón y una sensación de vacío hacía pesarme la cabeza. Había obtenido una muy buena nota en estadística, ese curso que hasta hace un mes creía yo, por entonces, que con cara de idiota me excusaría con mi padre y le diría: papá, jalé matemática. 

En realidad jamás pensé aquello, pero dado que a veces mi sentido dramático aflora día con día, me lleva a escribir eso. Hacía un buen día, había sol y el viento corría como queriendo escapar de algo, haciendo despegar mis cabellos de los ganchos y de la coleta que me esmero en hacer todas las mañanas, para evitar a cual transeúnte se cruce en mi camino. Mi reproductor musical estaba funcionando perfectamente, hoy no puede traicionarme con la batería pensaba con lo rayos abrasadores sobre mi rostro.  Ese reproductor protagonista de los más duros golpes de la vida y de los numerosos arrebatos de la dueña.

Ese reproductor que haciéndome sacudir la cabeza al ritmo de los acordes de mis canciones favoritas, me lleva a la locura y también a esa tan rica sensación que tan increíblemente hace desconectarme del mundo para transportarme y empaparme de adrenalina, fantasía y de todo aquello distante de la cordura. El viento me flagelaba el rostro pálido casi dándole tonos rosáceos, hacia mover mis enredados cabellos, sumergiéndolos en la danza y hacia que yo apreciara mucho más el verde de los árboles, el caminar y toda expresión facial de los pocos transeúntes que circulaban por la residencial san Felipe, ese viento vertiginoso que todo lo sabe.

¿Por qué rayos ese sentimiento ya conocido y llamado vacío se asomaba pasito a pasito a mi? ¿Por qué en un día tan medianamente normal el corazón comenzaba a fastidiarse y la cabeza a cuestionarse? ¿Por qué no estaba feliz con esa buena nota que tanto quería? Porque es buena, ¿ verdad? Era difícil debatir con la razón, no quería obtener la lógica de nada, me había prometido a mi misma hace no menos de un mes, que disfrutaría de absolutamente todo, que cada cosa que haría sería como si fuera la última, que sonreiría hasta por la nada, que amaría como si nunca jamás fuera a doler y que me devoraría libro tras libro y escribiría como jamás lo hice a lo largo de estos últimos 17 años.

Es algo que quiero ocultar, es algo que quiero evitar, es algo con lo que no quiero lidiar, es algo de lo que quiero con fuerzas realmente increíbles: escapar. Es ese miedo a fracasar, ese miedo que me persigue desde el acostarse, desde el inconsciente, desde el despertar y desde el andar. Ese miedo que se burla y me escupe en la cara, el miedo a ser quien soy, el miedo a ser alguien que no soy. Hoy escuchando el apoteósico, fastuoso y genial discurso del grande Mario Vargas Llosa, me doy cuenta de que aún estoy a años luz de ser la gran escritora que deseo ser, que este vacio es origen de la parálisis imaginativa, la cual en estos últimos días se ha arraigado a mi cuerpo, mi corazón y especialmente mi razón.

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