Brighit Cornejo
Este texto es uno de los tantos textos guardados en los más recónditos espacios de mi computador. Fruto de la unión de los numerosos párrafos escupidos de las paredes de mi habitación, cuadernos de la secundaria, diarios de vida y numerosas cartas que por entonces yo escribía. Esos párrafos del ayer, a veces del presente y tal vez del futuro, en donde el miedo, la depresión y el odio, se confabulaban entre sí, logrando su cometido y haciendo brotar ese lado autodestructivo, que antes ni en retrato, ni a pelos ni mucho menos por asomo conocía.
Disculpen la falta de optimismo, pero es que cuando eres una muchachita de 14 años con una ligera inclinación hacia la depresión, no existe arma de desahogo más poderosa que el papel y la tinta. Espero y no, les guste.
Estoy deprimida, aquí el dolor en mi pecho resuena en mi cabeza, lo puedo escuchar; aquel nuevo agujero abierto en mi alma, ha sido perforado por palabras, aquellas que están grabadas en mi memoria y que al pronunciarlas me destruyen lentamente, actos, aptitudes. Escucho la voz de la muerte, puedo oírla, me llama, me susurra a lo lejos.
Cierro mis ojos, una lágrima bordea mi mejilla, el dolor del hueco se hace más profundo al recordar aquellas palabras que de alguna manera fui yo quien las provocó, ¿o tal vez no?, tal vez sí tuve razón en lo que exprese y lo que sentí: odio, dolor, amargura, tristeza. Simultáneamente otra punzada perfora el hueco aquí en lo profundo de mi alma, me duele, me duele, la última lágrima a caído. Querer escapar, gritar, llorar, la voz de la muerte cada ves está más cerca...de pronto me encontraba en un lugar desconocido...
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