sábado, 11 de diciembre de 2010

La venganza de los dioses

Libro de cuentos: "Tintero Irreverente"
Juan Mujica

      En las leyendas populares de tiempos remotos, ya nadie se acuerda de cómo se han originado los más inverosímiles relatos de seres gigantescos, tenebrosos y mágicos. Cada región tiene su contenido mitológico, que van transmitiendo oralmente de generación en generación. Sin embargo, ninguna es tan peculiar y alucinante como el día en que los dioses de este mundo salieron de sus aposentos y decidieron luchar para repartirse la devoción de los mortales. Dicho suceso quizá pertenezca a la variopinta imaginación que se hilvanó en los tiempos en que los hombres y las mujeres rondaban por la Tierra, aprovechando el poder del fuego y en plena evolución de su oralidad.

Dicen que era tanta la intolerancia entre los creyentes de las diferentes religiones del mundo, que se llegó al extremo de no dirigirse la palabra ni vincularse en lo más mínimo. Y esto incluía a los cristianos, brahmanes, budistas, confucionistas, hinduistas, islamistas, judaístas, sintoístas, taoístas, entre otros. El hecho es que sus devotos daban por idolatrado a su deidad como la máxima autoridad creadora. Y esta actitud fue percibida en todas las latitudes terrestres, por lo que los semidioses dieron la voz a los dioses para que tomaran cartas en el asunto.

En las alturas del monte Olimpo, se veía a un Zeus preocupado por aquella discordia con los del nuevo mundo. Por otro lado, Alá de los musulmanes, no veía con buenos ojos a una Arabia atrincherada y aislada de los demás territorios. También en la India el panorama le causaba zozobra a Buda, pues los hindúes prácticamente tenían un domo que los separaba del mundo exterior. Además Ra y Anubis también soslayaban la situación de sus egipcios. Y qué no decir del mismísimo Jehová o Yavé, quien hace dos semanas que no dormía, pensando en que otros dioses se estaban licenciando la posibilidad de tener tajadas de su rebaño. En fin, todas estas deidades y otras que no me acuerdo, independientemente fueron cavilando su propio plan para acaparar la devoción de la mayor cantidad de mortales.

Sin embargo, ninguno de estos dioses podía saber lo que estaba pensando otro dios, lo que en cierta medida era favorable. Por lo pronto Lao-Tse (quien fue un filósofo chino) y en este caso lo tomaremos como semidios dijo:
-En el Año Nuevo chino que es en febrero haré una gran fiesta, en donde asistirán todos los chinos y cuando vengan turistas a curiosear, ahí caerán rendidos ante el Taoísmo.

            Efectivamente llegó febrero y China se vistió de gala para celebrar el Año Nuevo de ellos, y al enterarse la demás gente de aquel suceso fueron a dicho país como turistas, y quedaron tan encantados que se quedaron a vivir allá. Aumentando así China su población y devotos. Esto llegó a oídos de Jehová y dijo:
-¡No puede ser!... Mi rebaño ha disminuido por culpa de ese Lao-Tse….. Pero no importa, como ya va a llegar abril se viene la Semana Santa. Así que haré una gran ceremonia en Jerusalem con reencarnación de mi hijo incluida y así recuperaré mi rebaño.
           
Dicho y hecho, llegó la Semana Santa y mucha gente que viajó como turista decidió ir a Jerusalem, atraídos por la noticia que había nacido otro hijo de Jehová a quien llamaron Cristo II. El Jerosolimitano sorprendió tanto a la gente con su nacimiento que cada vez más personas viajaban a dicho lugar para convertirse y quedarse. Situación que de ninguna manera fue bien vista por otros dioses, pero queriendo imitar la idea hicieron lo mismo, esperando una fecha clave en sus calendarios religiosos para magnetizar más creyentes. Y Zeus no fue la excepción. Ayudado por Hades y Neptuno incitó en toda Grecia a que dieran apertura a nuevas Olimpiadas en honor a su culto. Así que Atenas se convirtió en sede oficial de los juegos olímpicos, atrayendo a miles de personas entre periodistas, turistas y atletas de toda índole. Tal acontecimiento por supuesto fue televisado y resultó como una cruzada hipnotizadora, que causó un efecto imán en miles de mortales, quienes sólo tenían una idea fija en la mente: “quiero ir a Grecia”.

Y así fue que cientos de personas de los diferentes estratos y nacionalidades inmigraron a la tierra de los filósofos de la antigüedad, y sin querer internalizaron el culto a los dioses griegos. Y del mismo modo actuaron Alá con los musulmanes, Buda con los hindúes, Ra y Anubis con los egipcios, y los demás que no me acuerdo también hicieron lo mismo. De tal modo que en diferentes fechas del año, muchas religiones se volvieron apetecibles al común de los mortales, pero como continuaban las festividades y ceremonias, los creyentes seguían viajando y cambiando de religión como quien cambia de sombrero. 

Y esta situación exasperaba cada vez más a los dioses, por lo que decidieron tener una reunión y en dicha tertulia decidieron algo descabellado: “dejémoslos sin religión”. Así como suena. Los longevos dioses querían probar a ver qué hacían los mortales sin deidades. Por lo que hicieron un pacto común, y a partir de ese momento todos ellos tomarían descanso en los cielos y no intervendrían en los asuntos de los humanos. Todo iba bien al principio, pues los mortales ni se habían dado cuenta de su ausencia y continuaban orándole a sus imágenes y estatuas. Sin embargo, la situación se tornó caótica cuando los ángeles del mal y seres de ultratumba dieron aviso a los humanos sobre el pacto que habían hecho sus deidades.

De pronto los malhumores y las críticas crecieron, y se convirtieron en entes rebeldes que violaban toda clase de precepto religioso. Profanaban las tumbas de los santos, faraones, príncipes y hasta pintarrajearon la tumba del primer Cristo. Ya no existía respeto por las mujeres, a las que violaban y llenaban de hijos. Aprovechando tal anarquía los duendes, gnomos, elfos y demás criaturas salieron a juguetear, molestando a los hombres con sus apariciones en las penumbrosas noches, donde no oraban. Pronto se cambiaron los actos deportivos internacionales por actos bélicos, en que no se respetaban los hitos fronterizos. Y las batallas eran a nivel nuclear, con bombas químicas, misiles y aviones bombarderos. Si había ataque cuerpo a cuerpo, se hacía a la forma antigua o sea a lo salvaje, con cuchillo.

Eran sorprendentes aquellos enfrentamientos en que se arrancaba el corazón del enemigo y se lo daban a los perros, y si no se lo comían ellos mismos era por asco interracial. Todo esto era soslayado por los dioses, pero ninguno quería romper el pacto, así que se aguantaron y continuaban siendo espectadores de tal hecatombe. Hasta que un día la Tierra dijo a los dioses:
-Ustedes han abandonado a sus creyentes. Ahora ellos se matan entre sí y no existe el respeto. Por favor, ya se ha derramado demasiada sangre en mí. Retomen sus puestos y ordenen el mundo.
            Pero los dioses aún estaban resentidos, así que siguieron viendo la tercera guerra mundial. Hasta que habló el sol a los dioses:
-¿No creen que ya deben regresar y detener el desastre en la Tierra?
            Pero los dioses todavía no aflojaban y se miraban entre sí como ignorando el problema. Hasta que habló el universo muy molesto:
-¿No les da vergüenza abandonar a sus mortales a su suerte, sólo por el orgullo que tienen? Sean conscientes y vuelvan a reinar o se acabará el mundo.

            En ese momento los dioses que ya estaban viendo los miles de muertos tirados y siendo devorados por los animales carroñeros, rompieron el pacto y dijo Jehová:
-Yo me encargaré de mis cristianos. Allá voy…… (y se introdujo en sus corazones).
            Lo mismo dijeron Zeus, Alá, Buda, Anubis y los demás. Se metieron en los corazones de sus ex creyentes y en ese momento se detuvieron las guerras. Abrieron sus ojos y vieron lo equivocado que habían actuado. Se avergonzaron de sí mismos y empezaron a llorar y a lamentarse. Estaban avergonzados y arrepentidos. Sepultaron a los fallecidos y volvieron a sus templos y santuarios a orar. En ese momento la Tierra dijo:
-Gracias dioses por arreglar el mundo y detener la sangre que día a día yo absorbía.
           
La Tierra honró a los mortales recibiendo a los fallecidos y albergándolos en sus profundidades. Pero también habló el sol:
-Ya era hora dioses que pongan paz y ordenen la humanidad. Yo desde lejos veía como se destruían entre sí los mortales y eso me ardía aún más.
            El sol se despidió y siguió iluminando más tranquilo. Pero ahora habló el universo:
-Señores dioses de la Tierra: Sé que no tengo autoridad moral para indicarles qué es bueno y qué malo, pues a lo largo de mis millones de galaxias lo he visto todo y de todo. Sin embargo, hicieron bien en demostrarles a los hombres que no pueden vivir sin ustedes. Ahora ellos comprenden el valor de vuestras presencias, y ustedes ahora saben porqué son dioses y para qué están en el mundo.

            Dicho esto el universo calló y siguió vigilando sus galaxias. Pero no muy lejos de ahí, en medio de la aglomeración de los dioses, había un hombre sabio de esos que no pertenecen a ninguna religión y son cosmopolitas. Miró a los cielos, pudo ver a los dioses y les dijo:
-Están aquí por doble función: Para hacer de policías ocultos en las conciencias humanas y para fortalecer la esperanza entre los mortales que esperan verlos algún día.
Yo los estoy viendo y sólo me hago dos preguntas: ¿No los habrán inventado los hombres para justificar todo lo creado?, y ¿A medida que avanza la ciencia, no se están separando más los mortales de ustedes?
           
En ese momento los dioses enrumbaron a sus territorios celestes y hasta ahora están pensando en cómo responderle a aquel hombre sabio.




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