Juan Mujica
Dicen que Argos, quien era un gigante con cien ojos, por cuestiones del destino no pudo conservar sanos sus sentidos más característicos. Cuentan las leyendas que en un principio tenía sus órganos intactos, pero primero le vino una gran infección de la que no pudo sanarse, teniendo que extirparle dos de sus ojos. Claro que le dolió tales pérdidas, pero pasado un tiempo continuó con su vida.
Sin embargo, el destino lo condujo a luchar con el Equidna en una dantesca batalla. Llegándolo a vencer, pero le costó un ojo más, o mejor dicho un ojo menos. Lamentándose por una nueva pérdida ocular, se deprimió y se veía con tristeza en las aguas de una laguna el reflejo de su rostro con tres ojos menos. A pesar que era un gigante fuerte, también tenía vulnerable la vista. Entonces, en un momento de ira maldijo su mala suerte y gritó a Zeus, reclamándole su mala fortuna:
-¡Maldito seas Zeus, que permitiste que perdiera tres ojos! ¿Por qué no evitaste que me sucediera esto? ¿No eres tú el rey de los dioses?
De pronto, el firmamento se puso oscuro y hasta anocheció a las tres de la tarde. Las nubes habían cubierto el sol y esta situación sorprendió a Argos, que a pesar de su gran vista, no lograba ver muy bien. Fue entonces que Zeus le respondió:
-¿Me culpas a mí, Argos? ¿Habiendo tenido cien ojos y ahora que tienes 97, te sientes desdichado? ¿Y me maldices y me haces responsable? ¡Pues ahora te castigo por quejumbroso, y verás menos que antes!
Dicho esto cayó un rayo sobre Argos, .atinándole en un ojo y cicatrizando la herida de inmediato. Al verse nuevamente en la laguna, notó que un cuarto ojo había sido perdido para siempre. Ello motivó aun más la ira de Argos, quien ya tenía miedo de maldecir su mala suerte. Ahora tenía 96 ojos intactos, que veían en todas las direcciones. Así que el gigante tuvo un largo tiempo de reflexiones, viajando sin rumbo, al garete, tan solo con una idea en la mente: “No volver a perder otro ojo, su quinto ojo”. Y viajó y viajó por todo Grecia, evitando enfrentarse con otros gigantes y criaturas fabulosas. Hasta que sucumbió y quedó tirado en el piso muerto de cansancio, durmiendo y durmiendo. Sin embargo, cuando despertó, vio a la distancia un castillo. Esta visión le causó gran curiosidad y en vez de seguir su camino, decidió ir y averiguar quién vivía allí. Al aproximarse fue divisado por un centinela que le preguntó:
-¿Quién eres y a qué has venido?
-Soy Argos y busco paz.
El centinela estuvo muy sorprendido por las palabras del gigante y notó además que tenía cuatro ojos mutilados. Así que consultó con el rey del castillo, y al verlo este de lejos sintió compasión y ordenó que lo dejaran pasar. Al abrir la gran puerta vieron a un Argos que todavía tenía cuatro ojos que estaban cicatrizando. Lo condujeron al interior y le permitieron que hablara con el rey:
-Así que eres Argos. Hemos oído de ti. Dicen que desafiaste al mismísimo Zeus y que tus cien ojos, que ahora son 96 pueden ver en todas las direcciones.
-Justamente, por eso es que estoy aquí señor. No deseo perder más ojos.
-Muy bien, por tu tamaño no puedes quedarte aquí, pero te vamos a entregar un medallón de la suerte. Y así no volverás a perder otro ojo. Además te daremos una espada que esconde un gran poder.
-Gracias señor.
Argos no estaba muy convencido de lo que estaba recibiendo, pero como le dieron de comer, para él ya era suficiente. Agradeció y retomó su rumbo, aunque sin saber a dónde ir. Fue entonces que se encontró con un gigante idéntico a él, y peor aún, que tenía mutilados cinco ojos. Eso le pareció muy extraño. Y por un momento pensó en que su medallón lo ayudaría, pero no pasaba nada. Así que decidió usar su nueva espada y arremetió contra aquel gigante, hiriéndolo en la cabeza y mutilándolo de varias decenas de ojos. Aquel gigante gritó mucho de dolor, pero en respuesta maldijo un quinto ojo de su rival que escogió al azar:
-Quizá yo no vuelva a tener la misma visión, pero tú perderás un quinto ojo. Vagarás por los desiertos y nadie te ayudará. Soy Zeus y usé tu reflejo para ver qué tan egoísta eres. Ahora tu quinto ojo perderás y no volverás a perder otro, porque asesinaré a quienes te ataquen. De ahora en adelante recordarás que tu quinto ojo es la marca de mi maldición.
Dicho esto, Zeus lanzó un nuevo rayo a la cabeza de Argos y le arrancó un nuevo órgano ocular. Causándole un gran dolor y así se quedó para siempre con aquel quinto ojo dañado. Naciendo así la leyenda de “El quinto ojo de Argos”.
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