La zozobra era dantesca
entre los pescadores, quienes a través de sus ancestros en forma de tradición
oral habían oído sobre su existencia. Sin embargo, nunca lo habían visto y tan
solo sus abuelos de algunos tuvieron la oportunidad de verlo en todo su esplendor.
Ante las aguas del imponente mar de Grau tenían la inexplicable sospecha que
pronto, muy pronto, aparecerían sus monstruosas criaturas. Y eso no los dejaba
trabajar tranquilos, ni siquiera en las playas, los bañistas y surfistas podían
suspirar la paz, a sabiendas que dentro de las profundidades, donde sólo deberían
brotar cardúmenes y plancton, el rey de los siete mares un día entraría en
escena.
Los peruanos que vivían
cerca al litoral en toda la costa, eran los más preocupados que viniera Poseidón,
el cual según les habían contado tenía el dominio absoluto sobre las aguas, los
océanos, los ríos, y hasta de los charcos. Por su parte, los marineros,
temerosos que de pronto aparezca solicitaban quedarse en tierra firme. Es
decir, que le temían más que a los tiburones blancos, y aunque jamás lo habían
visto, se rumoreaba que en esos días de verano se manifestaría en alguna forma.
Dicho y hecho, justo cuando nadie lo imaginaba. Cuando en las playas había una
profusa asistencia de bañistas, surfistas, pescadores y navegantes. Justo en el
límite de las 200 millas marinas, en forma paralela y sincronizada emergieron
orcas gigantescas, enormes tsunamis y el mismo Poseidón transformado en coloso
de piedra. Ni bien vieron la luz del sol, se acercaban peligrosamente a las
costas del ahora vulnerable mar de Grau. Tan solo un marinero que descansaba
escéptico de las habladurías de sus compañeros, al echar un vistazo al
horizonte pudo ver el gran movimiento talásico, además a los mastodontes
marinos como puntos blancos con negro y al gigante rey de los mares.
-¡¡¡Peligro,
peligro….peliiiiiigrooooo!!! –gritaba desesperado señalando con una mano hacia
la tragedia y con la otra tenía agarrado el telescopio.
Al principio nadie le
hacía caso, pero ante la persistencia de los tremendos gritos, empezaron a
comprender la inminente desgracia que se les venía a toda velocidad. Otro de
los marineros en la cabina de control alertaba sobre simultáneos tsunamis que
podrían sumergir todos los puertos de la costa e inundar varios kilómetros de
tierra adentro.
-¡¡¡Alerta, alerta….se
aproximan tsunamis a la costa!!!....¡¡¡Evacuen el área….repito….evacuen las
playas!!! –vociferaba el marinero desesperadamente, mientras crecía el pánico
en aquel barco y en general en todas las embarcaciones.
En tres minutos todos los
bañistas estaban alarmados. En siete minutos toda la costa estaba informada. En
diez minutos era el tema general del mundo. Los almirantes, capitanes y jefes
de las embarcaciones dieron la orden de retornar a puerto. Y de otro lado, cada
vez estaban más cerca las orcas gigantes, impulsadas por los tsunamis y
dirigidos por el mismo Poseidón, quien saboreaba cada segundo de terror de los
peruanos. Gracias a la información dada a la Marina, en todos los litorales se
evacuó a la población hacia tierras altas. Sin embargo, quedaban los más
valientes a proteger los puertos, y en las costas levantaban una muralla para
contrarrestar las gigantescas olas que ya estaban por llegar. Solo un milagro
los salvaría de la muerte. Y fue un milagro lo que se presentó ante sus ojos.
Sucedió que en medio de una gran niebla que se había generalizado en todo el
litoral, aparecieron decenas de barcos de guerra del tamaño de portaviones. Y
en cada barco había marinos legendarios comandados por un Miguel Grau. Así como
lo leen. Con su uniforme de almirante y su barba característica. Dirigiendo en
cada barco a sus tripulantes, quienes seguían las instrucciones del
rejuvenecido hombre de mar.
-¡¡¡Preparen los
cañones!!!.....¡¡¡Fueeeeegooooo!!! –gritaba cada Grau con un fervor patriótico
muy parecido a sus días de vida.
Y los cañonazos empezaron
a hacer blanco en las orcas gigantes, en los tsunamis y en el mismo Poseidón.
Se oía el ensordecedor ruido de los cañones, lanzando velozmente los disparos,
que cortaban la atmósfera y la neblina a su paso. Y aquellos marinos gritaban
ferozmente porque estaban derrotando a Poseidón. Sin embargo, el rey de los
océanos no se dejaría vencer fácilmente. Así que se transformó en un pulpo
gigantesco y con el impulso de los tsunamis se aproximó a la costa chalaca y
empezó a zarandear y golpear con sus tentáculos a los barcos de guerra como si
fueran juguetes de tina. Y al ver ese espectáculo el ejército de Graus se
congregó casi como volando y convergieron en un solo cuerpo, que formaron un
gran coloso súper Grau. Y de héroe pasó a superhéroe, y al ver a Poseidón
convertido en pulpo gigante, él se transformó en un tiburón dantesco y asesino.
Se aproximó a toda prisa hacia su enemigo y lo devoró de tres mordiscos.
Parecía que súper Grau había estado con hambre. Y hasta eructó los gases intestinales,
y de entre esos eructos brotó una nube que se elevaba hacia el firmamento. Era
Poseidón derrotado, quien no tuvo más remedio que huir humillado, molesto y un
tanto admirado ante el poder de su adversario. Y como despidiéndose de los
peruanos retomó nuevamente la forma humana de gigante y levantó el pulgar con
la mano derecha, en señal de triunfo. Ante este gesto los marinos y hombres de
mar laureaban su nombre:
-¡¡¡Súper Grau!!!, ¡¡¡súper
Grau!!!....¡¡¡súper Grau!!! –vitoreaban alegres y satisfechos por los
resultados y por el espectáculo único que vieron sus ojos.
Y así el mar que lleva su
nombre ahora ya está fuera de peligro. Así como Grau hizo honor a su imagen
como héroe, así nuestros demás héroes de la historia están esperando su turno,
y más aún que nosotros también nos volvamos héroes día a día con nuestras
buenas acciones, en pro del ecosistema y de la misma raza humana.
Juan Mujica / Fictocronías (2010)
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