Juan Mujica
En una selva muy espesa que estaba más allá de lo descubierto por algún ser humano, vivía cual ermitaño un personaje que en su vida rutinaria compartía sus actividades en tierra y agua. Se trataba del legendario y longevo hombre lagarto. Una criatura que nadie sabía sobre su origen, y hasta podría decirse que tampoco sobre su existencia. Y es que con la finalidad de alimentarse bien, no reparaba en devorar a cuanto especimen se le cruzase en el camino.
Diríase que era un cazador asiduo y experto en presas que encontraba en cualquiera de sus habitat como ser anfibio. Hoy despertó hambriento y no tuvo mejor idea que sumergirse en las aguas de un caudaloso río que tenía un nombre casi desconocido. Sólo mantenía sobre la superficie sus grandes ojos, que divisaban todos los movimientos habidos y por haber. De repente un búfalo tuvo la necesidad de beber de aquel río misterioso, siendo para su mala suerte visto por el monstruo.
A primera intención se le ocurrió esperar a que el "Bubalus bubalis" (nombre científico del búfalo de agua), esté distraido bebiendo y bebiendo el líquido elemento. Al parecer era la oportunidad que esperaba, y no la desperdiciaría. Así que se aproximó como alma en pena...y una vez que estuvo lo bastante cerca, hizo su aparición dantesca y arremetió con sus afilados dientes contra el cuerpo del búfalo. Ya lo tenía dominado, mordiéndolo con su feroz fuerza por el pescuezo. No tardando en drenar la sangre, que fluía y brotaba.
Pero para su mala suerte, las onomatopeyas de la víctima alertaron a una manada de hombres leopardo que pasaban muy cerca, justamente en busca de aquel río en que saciar su sed. Así que esta vez había llegado el fin del legendario y longevo hombre largarto, en las fauces de aquellos asesinos y hambrientos antropofelinos, quienes se dieron todo un ágape con las carnes del antroporeptil, y de postre degustaron al incauto búfalo. Y la sangre de ambos personajes se mezclaron en el enigmatico río sin nombre.
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