Juan Mujica
Tras milenios de estática silente y sueño eterno,
despiertan las gárgolas de una ciudad ingente,
revoloteando por los aires y sorteando aviones y misiles,
ya su destino está marcado en los epitafios futuristas,
nadie puede detener su paso vertiginoso,
o acaso entre en escena un paladín superhéroe.
Lanzallamas y bombas de nitrógeno no hacen nada,
contra aquellas gárgolas invencibles,
¿será que son peor que demonios, o eso son?,
cruzan desiertos acuáticos y montañas abismales,
mimetizándose con el paisaje pétreo y agreste,
desde el anochecer hasta el alba.
Malditas gárgolas de este lado del universo,
¿tendrán sesos de piedra también?,
piensan como rocas antropomorfas,
pero vuelan y se desplazan como murciélagos,
entonces ¿hará falta Batman para controlarlos?,
¿y una ciudad Gótica en donde atraparlos?.
Mala suerte para las gárgolas de cerebros de piedra,
parecían invencibles a la vista de una centella,
pero cual Aquiles, también tenían su talón vulnerable,
entre tanta piedra de sus cuerpos monstruosos,
lucen corazón vivo y palpitante,
maldición para todos ellos, pétreos por fuera,
y ahora gracias a su músculo cardiaco,
llevados por el sentimiento crónico,
desaparecen en las alturas,
y vuelven a ataviar las cornizas y templos,
volviendo a ser piedra con corazón oculto.
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