miércoles, 29 de septiembre de 2010

Verano de sol

Brighit Cornejo

Lo conocí en verano cuando el sol con sus rayos abrazadores hacían deslizar gruesas gotas de sudor por mi pesado cuerpo, un día de verano nada prometedor y muy común a decir verdad. La rutina mía de aquellos días de vacaciones largas nos pronosticaban nada interesante, pues básicamente mis días se trataban de: levantarme muy temprano con destino al gimnasio, regresar a casa casi corriendo tras el turno de quien se baña primero, ingresar raudamente hacia la ducha, ir a clases de oratoria, caminar bajo ese sol que me era detestable, antes de conocer a Josué; ir a casa y otra vez de regreso al gimnasio. 

Era una tarde bastante común, con sol y carritos de helados paseando por el barrio, con las risas de los niños que jugueteaban a las fueras y con las quejas de los viejos que hablaban de lo sucia que se volvía más la política en nuestros días; cuando yo y mis amigas en el gimnasio charlábamos de cosas triviales como de costumbre, entre risas y comentarios como: hay mira fulanito de tal, que horrible peinado se hizo hoy,  esperábamos la tan genial clase de step, recuerdo que a aquel entrenador de ese entonces lo llamábamos el piernón, razones? 

Digamos que tenía las extremidades inferiores muy pero muy prominentes y fuertes, o era así como lo veíamos en aquel entonces. Extenuada por la rutina y el tremendo raje que sosteníamos con las chicas todas las tardes de gimnasio, me desplomé en una de las banquillas esponjosas, sudorosas y rotas por el transcurrir de los años y el apoyo de los pesados traseros que se instalaban allí, haciendo que día con día las aberturas se rajen más y así vomitando la pestilente espuma.  Cuando de pronto una dulce y melodiosa voz, casi como el canto de los querubines, que escuchaba en las misas de domingo familiar, susurró muy bajo y es por eso que le dije en un tono casi suplicante que repitiera lo dicho.

-Hola…
-¿Qué dijiste, perdón? (es aquí donde pude sentir la calentura de mis mejillas al caer en la cuenta de que el muchacho que me hablaba era sumamente bello, poseedor de un brillo especial en los ojos que despertó increíblemente en mi una dosis de ternura y vergüenza)
-Heeee hola, repitió casi al instante.
-Ahh hola, dije frunciendo el ceño como si recién aterrizara a tierra y es que creo que por eso él sonrió frescamente, moviendo sus enormes pestañas de arriba abajo. El vaivén más sensual que jamás había percibido nunca.
-Hola ¿qué tal? Dijo cantando, perdón digo, deletreando sílaba por sílaba por esa cavidad gloriosa de donde cada palabra era más hermosa aún que la anterior.
-Yo bien, aquí sentada y cansada, dije en voz baja, temiendo que mi fea voz arruinara el compas de la parsimoniosa y acompasada melodía. Cuando derrepente la Brighit de la razón, ferozmente volvió a mi cuerpo y le pregunté en ese tono tan sarcástico en mi: Te conozco?
-Bueno no exactamente dijo él, con la mirada perdida, pero la semana pasada X nos presentó, ¿no te acuerdas…?

La Brighit de la razón se esfumó casi tan rápido como apareció y la sentimental volvió, quise que me tragara la tierra, me sentía la mujer más patética del mundo, muy aparte por la vestimenta que llevaba ese día de gimnasio. Hundí la cabeza entre las piernas como ademán de estar recordando algo, lidiando en mi interior con las lagunas mentales del instante y fue cuando recordé ese día. Maldición dije para mis adentros.

-Soy Josué por si te olvidaste mi nombre.
-Ammm síii recuerdo tu nombre, recuerdo que la semana pasado hablamos de tuuu.. , ya sabes de cosas geniales…. que…

Él estalló en risas y yo quise chillar como Mafalda hundida en la vergüenza total. El grito interno de mi alma me sacudió y me hizo volver en sí.
-¿De qué te ríes? pregunté casi enojada, sólo casi, porque con ese rostro de ángel y esa figura de dios griego que presentaba, era imposible estarlo con él.
-De nada -contestó con esa frescura que desde hacia minutos percibí- de nada en realidad.
-Bueno mi nombre es…
-Brighit, lo sé, yo no lo he olvidado.
-Ahhhhhhhhhhhhhhh, arrugué la frente y esbocé una de las sonrisas más fingidas que jamás esbocé en toda mi vida.
-Bueno regreso a mi rutina Brighit, hablamos luego.
-Claro…. Tú… Y me estampó un beso en la mejilla sin dejarme concluir. Ese beso que no recuerdo y que como todo lo demás me lo han contado.

Se paró del asiento acolchado, sudoroso y roto, y caminó hacia las pesas. Aún aturdida y con las risitas de mis amigas revotando en mis oídos, fui hacia el baño a despertarme  de ese trance con un chorro de agua en la cara. No recordaba que X nos había presentado hace unos días atrás, al parecer la prematura amnesia que presentaba, afloraba día con día y ahora ya estaba conociendo las consecuencias. Después de ese día vergonzoso, la imagen y el nombre Josué se quedaron impregnados en mi cabeza, los días transcurrieron y ya no lo veía más, acudía a todos los horarios habidos y por haber del gimnasio esperanzada de verlo y hablar con él y esta vez poder hacerlo de la manera más normal que aún poseía o creía poseer, dado que Brighit Cornejo Luyo no es nada normal a decir verdad. Pequeña anomalía, como una vez me apodaron, pero ese no es el punto de esta historia.

La congoja y ese sentimiento que sentía en el corazón, similar a la de un hueco vacío, pero no de tristeza sino de ganas de sentirlo a mi lado y también de ansiedad se acentuaron día tras día. El tiempo habló y la universidad se encontraba a la vuelta de la esquina, el verano de sol con rayos abrazadores acababa ya y con ello también la esperanza de volver a ver a ese ángel caído como del cielo. Nunca más regresé al gimnasio y nunca más pude recordar el cómo después -dicen fuentes cercanas- que me lo encontré en la playa, ni el cómo también el que, él y yo nos hayamos amado como nadie jamás lo hizo en este mundo, dado que mi prematura amnesia siguió floreciendo día con día, al punto de dar frutos y olvidarme de absolutamente todo. Un verano de sol, de amnesia y de amor, como ahora lo narro sin recordarlo.

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