J.M.
Cruzando el océano Pacífico está navegando entre rayos y truenos el barco del pirata Barba Verde, quien tiene en su hombro izquierdo un cóndor, que es su fiel compañero e inseparable mascota, el cual se deleita devorando las sobras de carne humana que deja su dueño y el resto de la tripulación. Acompañado de una veintena de piratas, llega sin proponérselo al puerto del Callao.
Cruzando el océano Pacífico está navegando entre rayos y truenos el barco del pirata Barba Verde, quien tiene en su hombro izquierdo un cóndor, que es su fiel compañero e inseparable mascota, el cual se deleita devorando las sobras de carne humana que deja su dueño y el resto de la tripulación. Acompañado de una veintena de piratas, llega sin proponérselo al puerto del Callao.
Echa el ancla Barba Verde y desembarca con sus piratuelos. Una vez en tierra se admira por la belleza del puerto, llena de piedras ovaladas y ovoides, de olas que vienen y van, de mujeres surfistas que desafían al mar, y por sobre todo del exquisito cebiche, que degustaron, pagando con monedas de oro malhabidas, pero de oro al fin.
Habiendo sido testigos de la calidad del platillo peruano, deciden llevarse secuestradas a cinco cocineras, quienes se encargarían de prepararles tal cebiche para el resto de sus vidas. Dicho y hecho, las llevan maniatadas y dando gritos pidiendo auxilio. Sin embargo, nadie quiere enfrentar a los temibles piratas. Así que ya habiendo pasado las 200 millas marítimas, se sienten más tranquilos. No obstante, sienten que algo hace zarandear a la embarcación.
Barba Verde ordena que investiguen que es aquello que ha golpeado el barco. Un valiente se lanza a las aguas, pero pasan los minutos y no vuelve, así que otro valiente se lanza a las aguas, y pasados unos minutos no vuelven a saber de él. Desconcertado Barba Verde se coloca en la proa del barco y grita desafiante a lo que fuera que devoró a sus compañeros. Y se trataba de un pulpo gigante que se alimentaba de marinos valientes. Sin embargo, al olerlos a Barba Verde y a los demás decide retirarse, ya que su paladar sólo admitía a valientes.
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