Se oyó una explosión estridente.
Despertando a la vecindad, y la gente gritaba: “¡bomba! ¡bomba!”, y las
ventanas habían reventado. Se oían las alarmas de los carros estacionados; y
todos, hombres, mujeres y niños, salieron espantados.
Y aunque había una comisaría a
dos cuadras, era como si no hubiera nadie. La gente estaba muy asustada y no querían
regresar a sus casas, pues creían que les meterían una bomba adentro.
De pronto, los patrulleros y
las ambulancias llegaron, para variar tarde, y cuando ya había pasado el
peligro.
Y para colmo llegaron los
periodistas para recabar los testimonios, y las versiones de la policía, que se
daban el encuentro con los testimonios de los vecinos de aquel barrio limeño.
Juan Mujica
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