Hace un tiempo que ya casi escapa
de las memorias; hace un tiempo decembrino, todos esperaban su dádiva
respectiva. Entre estos personajes figuraban el hombre de las nieves, los pingüinos
e incluso el mismísimo Superman. Fue entonces que el viejito rojiblanco; el
personaje anhelado por todos, lo primero que hizo fue cumplir con sus vecinos.
-¡Qué bien! ¡Ya tenemos Internet!
-decían unos, muy alegrones.
-¡Perfecto, San Nicolás! Ya podemos
navegar por las redes de redes -expresaban otros.
Por
tanto, al parecer el viejito bonachón que estuvo, reparte y reparte en el polo
norte. Recibiendo los agradecimientos del hombre de las nieves, de Superman, en
fin, de una larga lista. No obstante, al parecer se había olvidado de aquellos
que vivían en el polo sur. Más específicamente los que vivían en la Antártida,
que, dicho sea de paso, mostraron su descontento.
-¿Qué pasó con nuestros regalos?
-manifestó uno de los pingüinos, muy malhumorado a vista y paciencia de los
demás.
-¿Nos habrá olvidado? Esto nunca
había pasado -rugió otro de los habitantes blanquinegros, y vociferando al
mismo tiempo que observaba a los demás.
Por
tanto, mientras los demás disfrutaban de las nuevas tecnologías, de poder
navegar por Internet, y por supuesto de gozar de la señal de Wi-Fi. Otros se
sentían defraudados y olvidados. Los pingüinos, aunque parezcan copiados de
alguna serie de televisión o del séptimo arte, ahora se preparaban para su
venganza. Puesto que no podían tolerar el hecho que el hombre de las nieves y
Kal-El, estuvieran disfrutando de lo lindo, mientras los Spheniscidae (nombre
científico del pingüino), estaban mirándose las caras y superaburridos. Fue así
que aquellos personajes blanquinegros, nadie sabe cómo, se teletransportaron
hacia el polo norte. Parecía cosa de magia. Haber viajado literalmente a sus
antípodas. Y ni bien pisaron terrenos papanoelescos, le increparon la
situación, e incluso algunos ya se preparaban para atacarlo físicamente.
-¡Momento, por favor! ¡Momento!
-manifestó San Nicolás, ante una horda de pingüinos que se le iba encima.
-¡A ver, qué tienes que decir!
-decía uno de los líderes, teniendo en sus pupilas como un par de antorchas.
-Por favor. Ha habido un
malentendido -comentó el regalón de regalones.
-¿Malentendido? Pero, si todo
está tan claro como el agua -dijo otro de los líderes.
-Lo que sucedió es que no los he
olvidado, sino que preparaba para ustedes algo muy especial.
-¿Algo muy especial? ¿No será
otra de tus estratagemas?
-No señor… he aquí la sorpresa.
En
ese momento, todo el ambiente donde se encontraban, brillaba y brillaba, y
cuando la fulguración se disipó…¡oh, sorpresa! Todos los pingüinos lucían alas,
pero no las mismas, sino otras con las que podían volar. Y así lo hicieron. A
vista y paciencia de San Nicolás, aquellas aves de la Antártida, ahora volaban
y sobrevolaban felices. Y como en el polo sur no había señal de Wi-Fi,
decidieron quedarse y ser los nuevos vecinos del hombre de las nieves, de
Superman, e incluso de un Grinch que empezaba a tramar su propia venganza.
Esgrimista
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