Cada madrugada se repetía lo
mismo. En sus sueños escuchaba palabras que en algún momento brotaban de sus
mismos labios. Y entre ellas estaban: ostracismo, declive, inopinado, fobia,
peculado, abigeo, firmamento, prevaricato, mercenario, anaquel, tinterillo,
epílogo, epíteto, cúmulo, etc.
No obstante, sus días pasaban de manera habitual; sin embargo, Jonás era un lingüista y hombre de letras. Acostumbrado a sacar a relucir su léxico académico. Aquello lo hacía sentir importante. Y no se perdía la oportunidad de erupcionar su gran vocabulario ante los presentes. Sin embargo, llegada la noche, a pesar que temía que volvieran a aparecer sus palabras más utilizadas. Poco a poco, sus párpados le fueron venciendo, venciendo, hasta que se quedó dormido otra vez. Y fue allí que, en plena madrugada, volvió a soñar: opa, cenit, prestidigitador, misántropo, estalactita, anacrónico, espeleología, xenofobia, parietal, pléyade, estomatología, perínclito, halterofilia…
Despertó
y nuevamente se sentía fastidiado, y decidió ir con un psicólogo, el cual le
explicó en lenguaje simple su problema; sin embargo, como quien dice “no pudo
con su genio”, y mientras el psicólogo le fue hablando, Jonás en su mente
reemplazaba las palabras simples por las más rebuscadas. Y por un instante, haciendo
un “flash black”, recordó que cuando estuvo en el colegio, alucinaba con otro compañero
que su profesor de matemáticas soñaba con números que lo perseguían. Vaya
destino, que le dio de su propia medicina. Sin embargo, como las sugerencias
que le dio el psicólogo no lo sanaron de su patología onírica. Le recomendaron
ir donde un psiquiatra. Fue entonces que le recetó un medicamento que lo haría
dormir sin dichas pesadillas “palabrafóbicas”. Esa misma noche tomó la pastilla
y Morfeo lo visitó hasta que se despertó al día siguiente muy tranquilo. Se
sentía muy aliviado. Había dormido como roca, sin pesadillas. Se sintió muy
bien. No obstante, cuando salió a darle la cara a su habitual vida, sucedió lo
inesperado. Su léxico se había reducido a un octavo de lo normal. Al principio
no le dio importancia, pero cuando dicho problema en su día a día limitaba su
facilidad de palabra. E incluso, cuando debía tomar la palabra, se sintió como
si estuviera todavía en primaria. Por lo cual se asustó; creyendo que se quedaría
así para siempre. No obstante, “experimentó” qué pasaba si no tomaba la
pastilla medicada por el psiquiatra. Fue así que se recostó y poco a poco
empezó a conciliar el sueño. Más sueño y más sueño. Hasta que emanaron en su
mente: inexorable, lúdico, bucólico, pícnico, astrología, nigromancia,
parapsicología, aurora, barritar, balar, ecuménico, peristálgico, coprolalia,
pangea, númen, enjambre…
Cuando
en eso, al despertar sintió algo diferente. No era el mismo, y cuando empezó a
comunicarse, le pareció como algo mágico, que su léxico había vuelto a aparecer.
Se sentía miembro de la RAE (Real Academia Española). Por tanto, dejó de tomar
aquellas pastillas, y toleró aquellas pesadillas con las palabras. Aquella
semántica, aquel problema gramatical, aquella sinopsis, aquel exordio, aquel….
Bueno, bueno, en fin, ya duermo tranquilo. A pesar de aquella pesadilla
nocturna, prefiero soñar con mi vocabulario.
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