Juan Mujica
Desde hace muchos años, los hombres de la selva habían oído hablar de ella, pero a ciencia cierta no la habían visto. Su nombre había recorrido medio mundo, pero sin poder cerciorarse de su existencia. Así que un día, mientras la tribu de los hombres Badán estaba en pleno rito de culto a sus dioses, apareció la serpiente alada.
En la oscuridad no se podía apreciar bien sus contornos; sin embargo, solo se dejaba ver en ocasiones muy especiales. Y los Badán al verla volando y cruzando frente a ellos, se arrodillaron y le hicieron reverencia.
La serpiente alada se posó en una de las rocas y sacaba y metía su lengua como todas las demás serpientes, cuando de pronto empezó a irradiar una fulguración amarilla. Los hombres de la tribu estaban a la expectativa de lo que pasara, cuando de pronto cayó un rayo del firmamento sobre el ofidio, convirtiéndose en piedra. Desde ese momento los Badán colocaron aquella estatua en un lugar especial y le hicieron reverencia. Y todos seguían hablando de los tiempos en que la serpiente alada se paseaba por la jungla y agitando sus alas.
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