Juan Mujica
Hace millones de años en el pasado, hubo un rey entre los astros, quien se hacía llamar Helio. Era nada menos que el sol que conocemos. En ese tiempo brillaba con gran vehemencia e iluminaba a todos los planetas que orbitaban a su alrededor. De vez en cuando irradiaba demasiado calor y de su superficie aparecían manchas solares y brotaban algo así como cometas que iban en muchas direcciones, pero también había momentos de menor intensidad, en que su fogosidad mermaba. Esta estrella enana como la conocían las gigantes de su clase reinaba en paz y los habitantes de la Tierra, y de otros planetas no tenían ningún problema con él.
Hasta que llegó una época en que los humanos apreciaron unos fenómenos que solo los conocían por sus tradiciones orales. Ellos apreciaban cómo algún demonio se iba tragando a la luna y a veces hasta llegaba a devorarla totalmente. Como se imaginarán ellos habían visto los eclipses en sus cuatro variantes. Así que en esos instantes, ellos se asustaban y le pedían a Helio que los proteja de tan grave amenaza.
-¡Elevado señor de la luz. Ten piedad de tus súbditos. Protégenos de esos demonios que devoran al señor de plata! ¡Ahuyenta con tu gran poder a esos demonios oscuros, oh elevado Helio!
-¡Sí elevado entre elevados, brillante entre brillantes, ayúdanos a ahuyentar a esos demonios que nos quitan el brillo de tu creación de la noche!
Siendo así que estas súplicas al gran Helio ocurrían constantemente y como luego pasaban, los antiguos creían que había sido él quien había intervenido y espantado a los supuestos demonios. Sin embargo, hubo una ocasión en que Helio dejó de brillar intempestivamente. Los antiguos habitantes se espantaron mucho y maldijeron a los demonios de la oscuridad y le pidieron a Helio que no se rinda y que vuelva a brillar como lo hizo desde el comienzo de los tiempos. Pero Helio seguía oscurecido. Así que los hombres de la Tierra se congregaron en una cantidad no antes conseguida. Eran millones de ellos suplicándole al gran astro rey que vuelva a brillar, pero Helio seguía apagado. Fue entonces que empezaron a tener un frío terrible, como nunca lo habían tenido. Muchos de ellos murieron. Y los demás seguían en posición de reverencia y pidiéndole con más fuerza al astro rey que no se muera. Pero Helio no volvía a brillar. De repente surcó el firmamento un cometa y ellos lo tomaron como un mensaje de los dioses. De repente, empezaban a sentir una esperanza. Y todos empezaron a abrazarse y a consolarse. Cuando de pronto vieron una luna nueva. Ello los desanimó al ver al señor de plata cubierto. Luego, al segundo día vieron un cuarto menguante, al tercer día un cuarto creciente, y finalmente al día siguiente una luna llena. Aquellos eclipses sucedieron día a día durante siete días, o como lo llamaban ellos siete lunas. Totalmente confundidos ya no sabían qué creer, pero lo que más les extrañaba era que los demonios cambiaban de posición alternadamente.
-¡Oh, rey Helio, resurge y vuelve a alumbrar! –decía el jefe de una de las tribus.
-¡Helio, gran señor de los días, irradia con tu potente luz y sálvanos de la muerte! -profería otro de los jefes.
Hasta que Helio un buen día se volvió a encender y brilló tan fuerte que lo tomaron como un mensaje de su parte. Los demonios de vez en cuando volvían a devorar al señor de plata, pero sabían que Helio no lo volvería a permitir. Con el tiempo llamaron a esos demonios eclipses, y luego cuando supieron que no les hacían daño, se les llamó eclipses arcanos. Y Helio no dejó de brillar hasta nuestros días. Sin embargo, ¿cuando no brillaba, se habría ido de vacaciones?
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