Silvia
Rodríguez
Voy
cayendo junto a una hoja
de
otoño sin primavera.
Voy
cayendo hacia los laberintos
que
abren sus manos para recibir
el
aguamiel de este cuerpo.
Falta
poco
las
alas no resisten el peso de las huidas
los
cambios lunares
la
soledad cotidiana y el resumen
de
estos cuarenta años
siempre
a punto de extinguirse.
Qué más
infierno
que
abandonar toda realidad
y
despertar zurciendo
este
soplo de mujer
contracturada
- diluida
en la
colmena de un vano destino.
Cansa
sostener la mirada
cuando
pesan tanto las sombras
el
vacío de este futuro añejo
la
brújula con norte apocalíptico
este
podrirse con los ojos abiertos
como se
pudre el silencio del adobe
bajo la
lluvia.
Cansa
extraer la sal de una lágrima
y seguir
como si nada hubiera pasado.
Caigo,
tengo las rodillas sangrantes
el
golpe me ha elevado
pero
este vuelo es momentáneo
en
segundos caeré
y caeré
mortal
a pesar
de reconocerme.
Enhebro
el color de la sangre
en un
patio con aroma a toronjil
repaso
los signos comenzados
en el
génesis de mis senos y
terminados
en el apocalipsis de mis huesos
y
respiro
y
siento
que
sólo tengo en la memoria
palabras
deformadas
timones
de barco sin puerto.
Cansa
ser siempre de barro,
siempre
costilla,
esto de
pertenecer a un mundo infantil
cansa.
Cansa
saber que Dios es un niño
jugando
a las escondidas aquí
afuera
del espejo.
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