viernes, 22 de octubre de 2021

Micro-relato 17: Tres elementos: Silla eléctrica, Frankestein, semáforo




-¡Listo! ¡Rostízate!... jajaja -le dijo un guardián de una cárcel a un reo que tenía un prontuariado muy alto, peor que cadena perpetua.

-¡Nooo, piedad, nooo! ¡Aaaaaaa! -terminó diciendo Ernesto, enloquecido por aquella gran descarga de energía, producto de la temida silla eléctrica. 

Cuando pasaba esto con algún preso, por varios días casi todos se comportaban muy correctos, como unos ángeles. Sin embargo, pasado un tiempo se volvían a descarriar y a portarse no muy bien.

-¡Escuchen! ¡Al próximo que incurra en mala conducta se le azotará! -expresó el alcaide de aquella penitenciaría. 

No obstante, como suele pasar las palabras se las lleva el viento. Por lo cual, uno de ellos que tenía por nombre Frankestein, pero le decían Frank. Incurrió en pésima conducta. Así que se le sentenció a pasar por la guillotina. Sin embargo, cualquier otro habría llorado de miedo, pero él no. Por lo que ilógicamente se mostraba sonriente.

-¡Ah, no tienes miedo, y te burlas! ¡Pues ya no volverás a sonreír, insolente! ¡Llévenlo a la guillotina! -expectoró el alcaide de aquella cárcel lúgubre.

Fue entonces que llevaron a Frank a su sentencia, y no dejaba de sonreír. Todo estaba preparado, e incluso la tarea del verdugo, muchos la envidiaban e incluso querían hacerlo aquellos otros miembros de aquella penitenciaría.

-¡Listo! ¡Ahora, verdugo!

-¡Aaaahhh! -fue lo último que salió de su boca antes de cortarle la cabeza, pero lo más indignante fue que aún decapitado su sonrisa no cesó. E incluso muchos de los guardias querían patear aquella cabeza burlona.

Fue luego que llevaron su cuerpo y su cabeza a un laboratorio secreto, donde como supondrán había médicos y asistentes de la morgue. Por lo cual, hicieron un convenio para volverlo a la vida. Sin embargo, la idea era cambiar su conducta. Por lo cual, cosieron su cabeza a su cuerpo. Y a pesar que la operación fue todo un éxito, al despertar Frank, a pesar que los médicos estaban celebrando y brincando de alegría, lo contradictorio fue que en cuanto se levantó y se puso de pie, empezó a actuar de manera inesperada. Todo lo que estaba a su vista la agarraba y la estrellaba contra el piso o contra las paredes. Por lo cual, los médicos estuvieron de acuerdo en volverlo a matar. Y esta vez, eligieron la horca, aprovechando que tenía su cabeza pegada al cuerpo. No obstante, cuando faltaban unos segundos para ahorcarlo, de repente se escuchó una frenada, e incluso fueron varias. Puesto que cuando despertó se vio rodeado de policías, una ambulancia y paramédicos, y abrió los ojos y no pudo evitar ver el semáforo en color rojo. Un rojo que marcó su vida, y que también se la quitó, puesto que al llegar al hospital llegó desangrado y como no todas las historias son con finales felices, Frank, antes de perder la conciencia pudo ver al paramédico que estaba más cerca de él, y lo reconoció, ya que era la misma cara del verdugo que lo hizo perder la cabeza.


Esgrimista

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