miércoles, 17 de noviembre de 2010

La copa rota

Brighit Cornejo

Por un momento creí escuchar los suspiros de la muerte, me asusté, me desperté y me encaminé muy temerosa hacia la sala de mi hogar; las luces estaban prendidas, entré sigilosamente a la cocina, de donde procedían unos gemidos que ya me eran conocidos; mi padre, Omero, se encontraba de pie apoyado en el viejo estante de la cocina, tenía la cabeza agachada, su cuerpo se movía de un lado a otro, parecía que se cayera, estaba ebrio, muy ebrio a decir verdad y hablaba cosas que yo no entendía, seguramente conversaba con aquel duendecillo, que él dice ver solo cuando se encuentra ebrio, me estremezco; lo abrazo, le toco la cabeza, la cara, empecé a acariciarlo, y lo encaminé hacia su dormitorio para que pudiera descansar.

Mi padre suele ponerse melancólico cuando toma mucho alcohol (al parecer el matrimonio de aquella tía lejana, al que él había asistido; estuvo de los más divertido), suele recordar su pasado, se acuerda de sus errores, de sus días felices, y empieza a lloriquear como un niño, que ha perdido un globo, una moneda, un juguete..; su pesado cuerpo hace que pierda el equilibrio, cayéndonos al mismo tiempo, se golpea la espalda contra la pared, se queja por el dolor; con dificultad trato de levantarme y a la vez también levantarlo; lo logramos, y en un acto reflejo pone su mano sobre mis pequeños hombros y empieza a cooperar conmigo, caminando con cuidado para ya no caerse se acuesta en su espaciosa cama ortopédica (ya que sufre de dolores de espalda, como yo), lo tapó con la gruesa frazada que encuentro en su viejo armario; sigue llorando; trato de calmarlo con palabras que según yo, son dulces y optimistas; me coge las manos, abre los ojos como platos, y muy cariñosamente, me dice: Hija, perdóname...

Soy un mar de lágrimas, lo miro, él me mira, lo abrazo, el me abraza, le secó con mis manos las nuevas lágrimas que brotan de sus pequeños ojos, y solo me limito a asentir con la cabeza, tengo un nudo en la garganta, de alguna manera no pude contestarle, no pude decirle nada, no pude cantarle como lo hacia antes....; empieza a quedarse dormido, me quedo velando sus sueños, le beso su amplia frente y salgo con cuidado de la habitación.

Riendo y a la vez también llorando, pienso que soy feliz, porque sé que mi padre me quiere, porque sé que a pesar de todo siempre estaremos juntos, porque a pesar de todas las terribles riñas sostenidas en el pasado, presente y en un futuro; solo serán pruebas de lección, pruebas de la vida, y porque simplemente es mi padre Omero, aquel hombre renegón, comelón y de buen corazón, al que amo con fuerzas totalmente descomunales.

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