Mis ojos ya están irritados por la pantalla de la PC, mi madre aún sigue llamando a mi hermana al celular tratando de ubicar su paradero, la Tota siente la ausencia de su madre y da vueltas desesperadamente en su rueda de ejercicio. Tengo sueño y un examen de Estadística mañana a las 9:30 a.m. y aún no me explico qué sigo haciendo sentada frente al PC, buscando ese “no sé qué” que libere mi mente un rato de tanta tabla de frecuencia, moda, mediana, media y cuantilas (ni yo sé de que hablo). Baje por mi manzana de las 10 y me puse a dar vueltas en mi silla, mirando el techo, buscando algo me distrajera, que me haga olvidar el terrible examen de Lengua I; pongo algo de música: “Empire State of Mind” de Jay-Z con Alice Keys. La manzana se termino y aún seguía divagando y coreando la canción entre balbuceos: ♫ New York ♫… ¿New York?
Me levanté apresurada de mi silla y me puse a buscar entre ese mar de libros que tenía a mi espalda, en la humilde biblioteca de mi casa; saque el libro que me había venido a la mente: Bilbao-New York-Bilbao. Recuerdo que lo compré con el desesperado afán que el autor lo firme, aquel autor que había sido mi seminarista en un taller de producción literaria, aquel señor que ya está con un pie en los 40 pero que vive y sonríe como uno de 20, aquel señor escritor que hizo que me enamore de su acento español cuando recitaba algún verso perfectamente pronunciado, minuciosamente escrito por él.
Entonces abrí el libro y comencé a leer:
“Los peces y los árboles se parecen.
Se parecen en los anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol, veríamos sus anillos en el tronco. Un anillo por cada año trascurrido, es así como se sabe la edad del árbol. Y al igual que sucede con los árboles, gracias a ellos sabemos cuántos años tiene el animal.
Los peces nunca dejan de crecer. Nosotros no, nosotros menguamos a partir de la madurez. Nuestro crecimiento se detiene, y los huesos comienzan a juntarse. El cuerpo se encoge. Los peces, sin embargo, crecen hasta que se mueren. Mas rápido cuando son jóvenes y, a partir de cierta edad, más lentamente, pero sin dejar nunca de crecer. Y por eso tienen anillos en las escamas.
El anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es el tiempo durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca oscura en sus escamas porque su crecimiento es menor durante esta época. Al contrario que en verano. Cuando los peces no pasan hambre, no queda ningún rastro en sus escamas.
El anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero ahí está. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado bien. Y como los anillos de los peces, los momentos más difíciles van marcando nuestras vidas, hasta convertirse en medida de nuestro tiempo. Los días felices, al contrario, pasan deprisa, demasiado deprisa, y enseguida se desvanecen.
Lo que para a los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las perdidas delimitan nuestro tiempo; el final de una relación, la muerte de un ser querido.
Cada perdida es un anillo oscuro en nuestro interior.”
El escritor de llama Kirme Uribe, un nombre único en su lengua natal, el Euskera; un nombre que según nos contó su madre luchó contra los del registro civil para dárselo a él, al último de sus hijos, al escritor de una familia de pescadores.
Cada vez que releo este texto pienso en todos los anillos que debo tener dentro, que a pesar de mi corta edad y de que aún la vida me depara más cosas, pues mis anillos son profundos y muy marcados, el dolor no conoce edad.
Todos sufrimos, todos reímos, todos lloramos, todos triunfamos, todos caemos, todos soñamos, todos sentimos, todos morimos… ¿Cuántos anillos tienes tú?
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