Juan Mujica
Aquel salón de los espejos era el testigo principal de todo cuanto sucedía. Y cada centuria que pasaba si es que acaso algún visitante entraba a este lugar tan olvidado, pero tan peculiar que solo había quedado el recuerdo de aquellas épocas en que niños y niñas se divertían con todas esas formas de fantasía e ilusión que se formaban al verse en cada uno de los espejos que tenía como inquilino dicho salón.
-Nunca estuvo más solitario este lugar de juegos. Quisiera que retrocediéramos en el tiempo para poder volver a ver las sonrisas de alegría de los visitantes –dijo una voz, un tanto disfónica, pero firme.
-Tienes razón. En antaño la situación era diferente. También yo recuerdo a todos esos niños que venían y se divertían. ¡Qué tiempos aquellos! –respondió una segunda voz, algo ronca, pero menos efusiva que la anterior.
-Hace centurias que nadie viene por acá. ¿Qué habrá pasado con la gente? –profiere la primera voz.
-No te hagas, que ambos sabemos cómo baila la marioneta –responde la segunda voz más irónica que de costumbre.
-Jajajajaja, ya sé, ya sé, pero no sabe mal tener algo de humor negro en estos días.
-Si tú lo dices, pero la culpa no se disipa por más holgado y limpio que quieras tener el alma.
-Bueno, en fin, ¿qué podemos hacer para subsanar el error que tuvimos en el pasado?
-Esperar, tan solo esperar a que se renueven las generaciones de infantes y las familias vuelvan… incautas e inocentes –respondió Freddy Kruger a su socio Jack “El Destripador”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario