Juan Mujica
Yace sentado y con una quietud pétrea frente a la orilla del mar Córneo, y sin más preocupación que ver y apreciar las maravillas de la naturaleza. Pupilio se pregunta por qué no es como los demás de su clase. Sin embargo, Iris que lo acompaña lo reanima con una demostración inverosímil.
-Mira Pupilio… ¿ves el cielo azul? Fíjate en aquellos árboles verdes y frondosos. Ellos no tienen que pensar en nada, tan solo ser felices como son, ¿entiendes?
-Más o menos… bueno, te entiendo. Afirmas que todo lo que nos rodea tiene una razón para ser felices. Sin embargo, Yo veo, tú ves, nosotros vemos, y eso es todo lo que hacemos bien –expresaba Pupilio queriendo seguir la filosofía de Iris.
-Bueno, eso es obvio. Mirar es lo que mejor hacemos. Y debemos sentirnos orgullosos de ello. Y no envidiar a los otros seres del otro lado del mar, donde unos pueden escuchar mejor, otros pueden disfrutar saboreando mejor, otros tantos olfatear mejor, en fin, todos tenemos que agradecer a nuestro dios, por darnos la habilidad de la observación –finalizó Iris, habiendo semi-convencido a Pupilio sobre por qué debía agradecer sus dones recibidos.
Ya estaba entrando el ocaso y la visión se hacía más difícil. Todos los que estaban cerca empezaban a tener dificultad para ver y pestañeaban más de lo normal. Sin embargo, el dios Visionex vigilaba desde lo alto de la montaña Vista Alegre, bendiciendo día a día a todos y cada uno de los hombres-ojo en aquella lejana isla llamada Optolalia
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