Brighit Cornejo
Ok queridos lectores, confesaré que no tengo la menor idea sobre qué escribir en este post. Seguramente en el transcurrir de este escrito lo descubriré, aunque en realidad nunca se sabe con esto que se llama “parálisis imaginativa”, y es que ni las aventuras ni desventuras que uno experimenta con el acontecer del tiempo, hacen que a uno le aflore su lado más creativo (o es lo que me pasa).
Cumpliré 18 años en marzo y ya comienza en mí a vibrar esa sensación y sentimiento de la felicidad y del nerviosismo también. He sido una buena adolescente (desde el punto de vista más positivo que puedo hallar en mí) con las experiencias buenas y malas que la vida planificó ponerlas en mi camino a modo de obstáculo o no, he aprendido el sí y el no, lo caro y lo barato, lo nocivo y lo beneficioso, la crueldad y la bondad; y es que puedo decir que los 17 años que en un mes dejaré y que nunca más se volverá a repetir, ha sido hasta ahora la mejor edad de mi vida; desde comenzar la universidad y conocer gente valiosa, descubrir la pasión y el amor, conocer la tristeza y el miedo en persona hasta descubrir eso que algunos llaman realidad.
Llegué a la universidad, conocí gente realmente buena, la cagué; pero gracias al cielo, al arrepentimiento y a la reflexión le he sacado la vuelta, a la mediocridad y a la estupidez. Me enamoré de él, conocí lo que es por primera vez el amor, ese tipo de amor que una adolescente –mujer-, puede llegar a sentir por un individuo, con ello la pasión y también la resignación de sentir que todo se acabó y que no hay marcha atrás. El odio y el miedo en persona. Cuando mi padre furioso estrellaba su puño en los cristales de la ventana haciéndola reventar, odio y miedo; cuando en sus gruesas manos sostenía apretando mi cuello y yo a lo lejos podía verme pataleando y pensando al mismo tiempo en que era el final de absolutamente todo.
Perfecto, a este punto ya tenemos algo que contar, interesante o no, pero lo tenemos.
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