Juan Mujica
Todos los miembros de la tribu estaban gritando sus acostumbradas manifestaciones, que seguían de generación a generación. El mismo jefe de ellos, quien estaba con su gran máscara, expresaba una especie de conjuro en su lengua aborigen.
-Katalunga, katalunga… borongo, dunga sao gendunga –pronunciaba aquel líder de la tribu.
-¿Katalunga sandunga amango congo sunga? –preguntó otro nativo al jefe de ellos.
-Dangotún grotunda sangunka melanko sanko –le explicaba el líder de la tribu a uno de los suyos.
Y aquella pequeña conversación fue sobre el menú del día. Respondiéndole el líder la variedad de platillos que podrían preparar con aquellos blanquitos apetitosos. No obstante, luego de la gran bulla, prosiguió el silencio. Casi sepulcralmente ya no se oían sus efusividades. Ya estaba decidido: los prisioneros iban a ser comidos crudos, luego de ser despellejadas sus carnes vivas.
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