-¡Miren, es un cangrejo gigante!
-¡No, es un arañón!
Ni
uno ni otro, lo que estaban viendo eran drones dirigidos a distancia; pero no
eran como los recientes modelos. Se trataba de drones con cabeza humana. Puesto
que a sus creadores les pareció una buena idea. No obstante, dichos drones estaban
sobrevolando toda la capital. Se les vio en la cima del cerro San Cristóbal; otras
personas aseguraron verlos sobrevolando el Jirón de la Unión; también se les
pudo ver sobrevolando la Plaza Mayor; y como si fuera poco se les vio en las
alturas del Parque Kennedy y en La Punta.
Se
trataba de batallar la proliferación del Coronavirus. Por tal que muchos
científicos estaban monitoreando, el desplazamiento de dichos aparatos aéreos.
No obstante, que a veces el tiro se escapa por la culata, sucedió que como
mencionamos, que dichos drones tenían cabeza humana, y recordando que la
Covid-19 se transmite de persona a persona, pero sobre todo de nariz a nariz o
de boca en boca. Aconteció lo contraproducente. Dichos drones con cabeza humana
en vez de apoyar contra la propagación del virus, lo propaló. Y cada vez que
aquellos artefactos volaban bajo, había veces (como cualquier otro humano),
estornudaban y/o tosían. Por lo cual, de esa manera contagiaron a mucha gente,
y mientras más territorio sobrevolaban, el detrimento era mayor. Hasta que se
tuvo que suspender su funcionamiento; pero, aunque suene cuento de ciencia
ficción, dichos drones ya no eran controlables. Al parecer habían podido
autocontrolarse, lo cual alarmó a los científicos y en general a toda la gente.
Por tal, aquellos portadores de Coronavirus pasaron a ser una amenaza pública e
incluso nacional. Y cuando parecía que eran indestructibles. Cuando parecía que
no podían ser detenidos. Sucedió lo inesperado. La Covid-19 que tenían dentro
de sí, pasó de asintomático a sintomático. Por lo cual, luego de 14 días
empezaron todos aquellos drones con cabeza humana, a presentar los síntomas, y
empezaron a caer como moscas. Uno a uno, y otro a otro; hasta que todos los
drones fallecieron y/o ya no funcionaban. Y cuando las personas se les empezaron
a acercar irresponsablemente para tocarlos, sobre todo atraídos por sus cabezas
humanas, como kamikazes estallaron, uno por uno; y como consecuencia fueron
afectados todos aquellos “curiosos”.
No
obstante, sucedió lo inesperado. Muchos levantaron la mirada, y…
-¡Es un cangrejo gigante!
-¡No, es un arañón!
Sin
embargo, no eran drones; se trataba de ovnis que tenían la misma apariencia. ¿Y
qué pasó? Eso ya pertenece a otra historia.
Esgrimista
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