Allá en el viejo oeste era muy
rutinario tener y cabalgar su propio equino. En aquellos días no había transporte
público. De repente nos hace acordar al caballo de Troya, o a una de las
películas de “Volver al futuro”. No obstante, este relato también tiene por
personaje a caballos. Y donde hay caballos, es obvio que debe haber jinetes. La
planicie donde se desarrolla esta historia, como es lógico tiene un norte y un
sur. La historia inicia cuando un emisario proveniente del sur, es decir, de
Australes llega hasta los terrenos del norte, es decir, a Boreales. Dicho heraldo
se presenta ante el máximo jefe de aquel terreno septentrional; y luego del
saludo protocolar, procede a leer el papiro, donde su más importante cláusula
indica que el caballo donde viajó el emisario del sur le sea entregado, pero
como no siempre todo es felicidad, el heraldo procede a sacar su arma y
dispararse a él mismo, como si fuera un kamikase.
Por
su parte, los de Boreales, y más precisamente su líder Cenit, se impactan ante
tal crudeza del hecho. Sin embargo, como dijo el emisario dicho caballo fue un
regalo por parte de el líder de los Australes, es decir, Nadir. Por tal que
este último accede a que dicho equino se quede y pase a ser del ejército de
Cenit. No obstante, el líder de los Boreales no se siente bien sin corresponder
al regalo entregado. Así que, a la mañana siguiente, ordena enviar un mensajero
y también llevando con él un caballo y su papiro. Y al llegar hasta los terrenos
de Nadir, también lee el papiro, y a vista y paciencia de todos, se dispara en
la sien. Por lo cual, el máximo jefe austral se siente mal de haber iniciado un
intercambio de kamikazes. Y toma la decisión de ir él mismo a establecer la paz
y la tranquilidad. No obstante, su homólogo pensó lo mismo. Así, que a primera
hora, ambos máximos de máximos, enrumbaron hacia los terrenos del contrario, y
en el camino se encontraron los dos, cara a cara. Se saludaron. Compartieron la
vivencia de intercambio de caballos. Rieron un poco, y ambos leyeron los
decretos que portaron, y sin más preámbulos. Los dos contaron: uno, dos,… y
tres, y cada cual se disparó así mismo. Quedando los dos territorios acéfalos,
pero sobre todo sin mensajeros kamikazes. Por lo cual se suspendió el envío de
caballos de regalo, ya que todavía no se inventaban los veterinarios dentistas.
Esgrimista
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