martes, 23 de marzo de 2021

El caballo regalado (cuento)

 


Allá en el viejo oeste era muy rutinario tener y cabalgar su propio equino. En aquellos días no había transporte público. De repente nos hace acordar al caballo de Troya, o a una de las películas de “Volver al futuro”. No obstante, este relato también tiene por personaje a caballos. Y donde hay caballos, es obvio que debe haber jinetes. La planicie donde se desarrolla esta historia, como es lógico tiene un norte y un sur. La historia inicia cuando un emisario proveniente del sur, es decir, de Australes llega hasta los terrenos del norte, es decir, a Boreales. Dicho heraldo se presenta ante el máximo jefe de aquel terreno septentrional; y luego del saludo protocolar, procede a leer el papiro, donde su más importante cláusula indica que el caballo donde viajó el emisario del sur le sea entregado, pero como no siempre todo es felicidad, el heraldo procede a sacar su arma y dispararse a él mismo, como si fuera un kamikase.

         Por su parte, los de Boreales, y más precisamente su líder Cenit, se impactan ante tal crudeza del hecho. Sin embargo, como dijo el emisario dicho caballo fue un regalo por parte de el líder de los Australes, es decir, Nadir. Por tal que este último accede a que dicho equino se quede y pase a ser del ejército de Cenit. No obstante, el líder de los Boreales no se siente bien sin corresponder al regalo entregado. Así que, a la mañana siguiente, ordena enviar un mensajero y también llevando con él un caballo y su papiro. Y al llegar hasta los terrenos de Nadir, también lee el papiro, y a vista y paciencia de todos, se dispara en la sien. Por lo cual, el máximo jefe austral se siente mal de haber iniciado un intercambio de kamikazes. Y toma la decisión de ir él mismo a establecer la paz y la tranquilidad. No obstante, su homólogo pensó lo mismo. Así, que a primera hora, ambos máximos de máximos, enrumbaron hacia los terrenos del contrario, y en el camino se encontraron los dos, cara a cara. Se saludaron. Compartieron la vivencia de intercambio de caballos. Rieron un poco, y ambos leyeron los decretos que portaron, y sin más preámbulos. Los dos contaron: uno, dos,… y tres, y cada cual se disparó así mismo. Quedando los dos territorios acéfalos, pero sobre todo sin mensajeros kamikazes. Por lo cual se suspendió el envío de caballos de regalo, ya que todavía no se inventaban los veterinarios dentistas.


Esgrimista

 

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