-¡Oye, fíjate que anoche soñé con…
!
-¡Qué casualidad, yo también soñé
con un… !
Diálogos como estos se fueron
expandiendo por todo aquel pueblo. La cuestión es que, desde los tiempos de
Homero, todo aquello que sonara a leyendas o mitos, era considerado como tal. Sin
embargo, en lo que respecta a los habitantes de aquel pueblo llamado Cancerbero,
aquellos episodios oníricos se fueron realizando ya casi cotidianamente. La
autoridad de dicho lugar, le encomendó a sus adivinadores y demás personajes de
la magia negra, que deduzcan por qué dicho sueño aparecía y se repetía en
todos.
-Es un sueño muy extraño, mi
señor…
-Así es. No podemos saber lo que
significa o el mensaje que nos quiere dar a todos…
La situación se volvió tan
incómoda, que la gente prefería evitar dormir, pero obviamente eso no se puede
evitar. No obstante, un buen día apareció la estatua de un centauro; pero no
era nada común, ya que se trataba de un centauro de oro. Aquello les causó
mucha sorpresa a los pueblerinos de Carcerbero. No obstante, como si fuera cosa
de magia, los pueblerinos se contaron unos a otros que habían dejado de soñar
con aquel centauro de oro; sin embargo, como cualquier otro cuento, aquí no acababa
la cosa. Puesto que, en otra parte del pueblo aseguraron ver otro centauro de
oro. Y como si fuera magia, en otro lugar de Cancerbero, otros cancerberinos
también manifestaron que vieron a otro centauro de oro. Es decir, que al
parecer dicho personaje se había vuelto “ubicuo”, es decir, que estaba en
muchas partes a la vez. Por su parte, los adivinadores y los de magia negra, no
atinaban a saber qué estaba sucediendo o por qué. Hasta que sucedió lo que
nadie esperaba; se aproximó y siguió aproximándose. Trotando y galopando a
vista y paciencia de otros. Se trataba del mismísimo centauro de oro; moviéndose
y observando a todos los presentes. Por su parte, la autoridad de Cancerbero
estaba muy impactado. Con la boca abierta, al igual que muchos pueblerinos, y
qué decir de los adivinadores y brujos de la magia negra. Todos veían cómo se
aproximaba. Hasta que aconteció lo que nadie esperaba.
-Cancerberinos… calma, calma… que
vengo en son de paz -expresó el centauro de oro, observando y observando a
todos los presentes, mientras acomodaba sus pasos y preparándose para expresarse.
-¿Quién eres… de dónde vienes,… y
qué quieres? -manifestó la autoridad del pueblo, aún impactado por ver a un
humaoide con cuerpo de caballo.
-Vengo de muy lejos, muy lejos;
soy Equinoccio y pertenezco a una horda de personajes como yo; y en cuanto para
qué vine, pues vengo a advertirles sobre la venida de una estampida de
minotauros, humanoides gigantes, demonios embravecidos, y toda clase de
personajes monstruosos.
Al
oír aquel augurio, los cancerberinos se alarmaron, y fue así que Adalid preguntó
a Equinoccio, ¿qué podrían hacer? Y fue así que el centauro de oro le dijo a la
autoridad cancerberina su plan. Por tanto, usando su poder, al llegar el día no
había pueblerino alguno en Cancerbero. Llegaron todos aquellos minotauros,
humanoides gigantes, demonios embravecidos y monstruos en general; y para su
sorpresa no vieron a nadie. Por lo cual, siguieron su camino. Pero, ¿qué había
pasado?
-¡Qué gran poder tienes
Equinoccio! -expresó Adalid lleno de agradecimientos, los cuales se los expresó
en nombre del pueblo-. Nunca me había imaginado convertirme en una constelación,
al igual que todo mi pueblo.
-No es nada, Adalid. Solo cumplí
con mi misión -refirió el centauro de oro.
-¿Volveremos a verte Equinoccio?
-Te aseguro que sí. Cada vez que
levanten la mirada ahí estaré.
Por
tal que, dicho y hecho, luego que el centauro de oro partió. Levantaron la
mirada y pudieron verlo. Ahí estaba. Equinoccio era ahora una pléyades. Y en
agradecimiento, Adalid decretó que, de ahora en adelante, ya no serían
cancerberinos, sino centaurinos. En memoria de aquel centauro de oro. Colorín
colorado…
Esgrimista
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